viernes, 9 de mayo de 2025

Apaga y vámonos

Ayer mismo hablaba con un compañero de trabajo, ingeniero para más señas, sobre el funesto apagón peninsular, dejando entrever la pésima imagen que hemos trasladado como país y que, seguramente, repercutirá en las decisiones de inversión de muchas empresas multinacionales que aún pensaban muy bien de España (por ejemplo, y porque me toca de cerca, el sector de los centros de datos, para quienes una desconexión de un segundo supone una hecatombe). Este ingeniero, que se dedica a vender, principalmente, refirió lo mucho que le preocupaba que "desaparecieran de repente 15 gigawatios de electricidad". Hay ingenieros que, como diría mi padre (que era ingeniero agrícola), son de secano.

Imagino que, en el magín de este tipo de personas, persiste diez días más tarde el argumento de las repentinas desapariciones, como si un agujero negro se hubiera tragado la energía o los extraterrestres hubieran abducido la corriente eléctrica para llevársela a su planeta de origen. Conviene mencionar que dicho argumento lo trasladó a la opinión pública un ignorante de primer orden (o burrinculto, que es como suelo denominar a quienes sueltan perlas de ese tipo sin avergonzarse de ello) como es nuestro indocto presidente, el mismo que tardó seis horas en dar la cara para solo decir que no diésemos pábulo a los bulos (los bulos ajenos, claro está, no los suyos propios) y otras cinco horas más para soltar lo del misterio de los gigawatios perdidos, la culpabilidad de las centrales nucleares, y lo mucho que iba a exigir explicaciones a las empresas privadas de lo de la luz. Por supuesto, ni quiso mencionar por su nombre a Red Eléctrica, cuyas salas nobles son, en realidad, un patio de monipodio donde recaban con bien nutridas sinecuras los más fieles secuaces de cualquier partido en el gobierno, con independencia de su signo (para quienes aún tengan por costumbre leer o haber leído, con la referencia cervantesca habrán adivinado lo que he llamado a tales sectarios con aquello que acabo de nombrar; de quienes no tengan dicha costumbre, me da lo mismo lo que piensen, en verdad). 

Nadie en su sano juicio puede poner en duda la capacidad de los técnicos que trabajan en Red Eléctrica. Son profesionales realmente extraordinarios que -¡ay!- han de dirimir con las decisiones políticas que se adoptan desde las más altas alturas, esas que nos gobiernan (o desgobiernan) y casi nunca (por no decir nunca) reparan en cuestiones técnicas cuando lo que cuenta es sacar pecho de los beneficios de tu ideología (renovables 100% cuanto antes). Concuerdo plenamente en la necesidad de dar palos al indocto y su desGobierno a causa del apagón. Es un tipo de necesidad casi taumatúrgica, porque realmente un milagro es lo que venimos necesitando para encontrar alivio de lo mucho y malo que nos está pasando como país. Pero no en la polarización "Solares sí, Nucleares no", y viceversa, con que se viene ensañando una buena parte de la prensa y los medios. No porque Solares solo sepa a agua, y lo nuclear no deje de ser cuestión principal, sino porque es saludable aclarar lo que realmente pasó. O, cuando menos, poner un poco de orden en las conjeturas.

Aquel lunes se produjo una serie de fluctuaciones en la frecuencia en la red eléctrica. Es gracioso el concepto, ¿verdad? Fluctuaciones de frecuencia. Eche usted un vistazo a la letra pequeña de sus electrodomésticos. Verá que los aparatos funcionan con unas cifras que ponen 50 Hz. Este valor tiene su origen en las postrimerías del siglo XIX, cuando empresas europeas como AEG lo adoptaron porque suponía un punto medio entre la eficiencia y la facilidad de diseño de motores y generadores. En cambio, en Estados Unidos, Brasil o Corea de Sur, la frecuencia es de 60 Hz, valor que permite motores más pequeños y eficientes, pero también más pérdidas por efecto Joule (la generación de energía eléctrica también produce calor) y por radiación de campos electromagnéticos de baja frecuencia. Japón es un experimento raro, porque una parte del país (el este) funciona a 50 Hz y la otra (el oeste) a 60 Hz, debido a que a finales del siglo XIX, cuando aún estaban en el tránsito que acabaría con los samurais, Tokio compró un generador a una empresa alemana (50 Hz) y Osaka a una estadounidense (60 Hz). Y al carecer de un estándar nacional, cada región desarrolló su red eléctrica de manera independiente. El caso es que ese numerito ha de mantenerse constante para que los equipos eléctricos funcionen correctamente. Si baja o sube demasiado, los motores, transformadores, relojes... se pueden dañar. Es el motivo por el que un operador como Red Eléctrica monitorea su valor en tiempo real y ajustan la generación o el consumo dentro de ciertos parámetros alrededor de 50 Hz. Dicho de otra manera, totalmente equivalente, las fluctuaciones que se producen cuando el valor de la frecuencia no es constante, es un indicador para Red Eléctrica del desequilibrio existente entre la generación y el consumo de electricidad. Incluso desviaciones de 0,2 Hz (arriba, abajo) pueden ser críticas. Por eso, cuando se alcanzan ciertos valores que no se tienen que alcanzar, se activan una serie de protecciones automáticas en las centrales eléctricas y en las subestaciones, desconectando cargas y generadores para evitar daños mayores. Si este problema no se corrige de inmediato, se produce un efecto dominó. Es el motivo por el que Francia se desconectó del sistema español. Francia es clave para nosotros porque es hacia donde enviamos la electricidad sobrante en un momento determinado (o de quien tomamos lo que nos falta, tanto da). Al desconectarse su red de forma automática, por seguridad, originó en España una total imposibilidad de corregir la fluctuación excesiva, por lo que todos los sistemas se desconectaron (algo que sucedió al mismo tiempo). Técnicamente: hubo una caída abrupta de apoyo inercial y de tensión.

Y ahora viene cuando toca explicar lo de la inercia, y que usted seguramente asocia a la brusquedad de los frenazos en trenes y autobuses (y lo que le pasa a su cuerpo en esos momentos). En los sistemas eléctricos, la inercia se refiere a la capacidad del sistema para resistir esos cambios bruscos en la frecuencia. Esta inercia proviene principalmente de los generadores síncronos tradicionales (como los de centrales térmicas o hidroeléctricas), cuyos grandes rotores giran a una velocidad constante. Este palabro, síncrono, lo que indica es que el dispositivo que genera electricidad lo hace de tal manera que se sincroniza con la frecuencia de la red eléctrica (50 Hz). Esto lo hacen muy bien las nucleares, las turbinas de vapor o las hidráulicas, que disponen de inmensos rotores que, al girar, por la fuerza del vapor de agua o del agua misma en tránsito, generan corriente. La energía del movimiento de los rotores es lo que actúa como inercia eléctrica. Son fundamentales en las redes eléctricas tradicionales, justamente las que se están reemplazando por fuentes renovables, que no aportan inercia. Los aerogeneradores modernos o los inversores solares (esos chismes electrónicos de los que hablan las empresas que le llaman para que usted instale paneles solares en el tejado) no disponen de nada que gire de manera sincronizada con la red. Por eso se dice que no aportan inercia de forma natural, aunque es cierto que están desarrollando tecnologías como la inercia sintética para compensarlo (son justo las tecnologías que faltan en España, que ha desplegado un inmenso parque fotovoltaico).

Y ahora viene lo esencial: el sistema eléctrico no colapsó. Hizo lo que está diseñado para hacer en una situación tan crítica como es una fluctuación de la frecuencia fuera de los parámetros de seguridad: ejecutar desconexiones selectivas para evitar lo que después, empero, sucedió, el apagón total. Lo que se desconectó no fue un bloque de energía indeterminado, sino varias centrales —algunas nucleares, por petición expresa del operador, Red Eléctrica— y una parte muy significativa del parque fotovoltaico. La clave del apagón fue esa pérdida súbita de estabilidad, no la desaparición misteriosa de 15 GW. La potencia eléctrica siempre estuvo ahí, pero no fue inyectada en la red al funcionar los sistemas de desconexión. El sistema reaccionó protegiéndose, para mantener la integridad del conjunto. 

El motivo principal por el que Red Eléctrica excusa informar de las causas de esta crisis no responde a este escenario macroscópico. El análisis fino de lo ocurrido se ha de efectuar con los registros temporales que dispone el operador, y su escala es la de milisegundos. Saber que algo falló en tal o cual instante no basta: hay que entender por qué, cómo se propagó y qué respuesta se activó. Red Eléctrica ha declarado que dispone de una cantidad ingente de datos (como debe ser), pero que aún no están completamente procesados. Otra cosa es lo que explica el Gobierno y la presidenta de Red Eléctrica, cuyas declaraciones no son las de un alto responsable de una empresa (privada, pero controlada por el Estado), sino las de un sectario político a las órdenes del Gobierno. Lo que ella ha transmitido son las excusas habituales que usted encontrará en cualquier gerifalte de turno. La señora Corredor, ex ministra de Vivienda con Zapatero, y ex compañera de cartel con Pedro Sánchez, ha referido que casi han determinado ya el motivo del apagón, pero aún no lo suficiente como para ofrecer conclusiones; que disponen de una barbaridad de datos sobre lo que ocurrió cada milisegundo, pero que no los han analizado lo bastante como para saber cuál fue la fuente de energía que se desconectó, y que aunque la causa atribuible apunte a las fotovoltaicas, eso tampoco significa que sea así. Porque, oiga, el sistema eléctrico español es estupendo, la política energética es grandiosa y las inversiones del Estado muy atinadas. A Red Eléctrica y al Gobierno no cabe reprocharles nada, mucho menos el apagón total de toda la península ibérica durante dieciséis horas, porque su gestión es perfecta. ¡Oh, perdón! La entendimos mal: quiso decir que la sugestión (por ella y por el indocto y por el resto de lameculos ministriles) es perfecta. Ahí tienen: una inepta al frente de Red Eléctrica cuyas explicaciones son, punto por punto, lo que el paranoico indocto que nos desgobierna ya había explicado sin explicar nada. Incluyendo la desautorización explícita a sus propios directivos, que veinticuatro horas antes habían descartado el ciberataque del que habla el tontuelo de la Moncloa.

Concluyan mis caros lectores con lo que mejor crean, desde luego. Yo solo les diré que resulta mucho más fácil de entender por qué se produjo el apagón eléctrico de aquel lunes que el apagón de las luces de la inteligencia de este Gobierno y sus muchas redes de intereses creados: la maldad, la inepcia, la paranoia y la estupidez de todos los idiotas con cartera y con dirección general (o presidencias de empresas afines) es de tal complejidad en su explicación, que a estas alturas del siglo no hay Papa agustino que lo entienda.