viernes, 16 de mayo de 2025

Inversión moral

En octubre de 2023, hay que ver lo rápido que pasa el tiempo, Hamás lanzó el ataque más brutal contra civiles judíos que se haya perpetrado desde el Holocausto. Cientos de personas fueron asesinadas en sus casas, niños secuestrados, bebés descuartizados, mujeres violadas, ancianos masacrados. Fue una carnicería meticulosamente planeada, ejecutada sin piedad y celebrada por sus autores como una victoria religiosa y política. Aquel día marcó el inicio de una guerra que Israel no buscó, pero a la que no podía dar la espalda. Tampoco nosotros se la hubiésemos dado. Unas pocas semanas después, buena parte del debate público europeo parecía haber olvidado tan despiadado y abyecto aniquilamiento. El "relato", que dicen ahora los bobos, ya no hablaba de la masacre del 7 de octubre, sino del genocidio que estaba perpetrando Israel en Gaza, de la respuesta desproporcionada por parte del estado judío, y de las innumerables víctimas palestinas inocentes. Para una parte importante de la sociedad, Hamás pasó de perpetrador a ser víctima, de agresor a mártir. 

Es difícil plantear respuestas a cómo hemos podido alcanzar una inversión moral tan profunda, especialmente desde las ideologías de izquierdas, pero también en buena parte de una población no alineada a ultranza con ninguna de las opciones de la panoplia política. La respuesta, sospecho, es muy incómoda: porque en amplios sectores de la opinión pública se ha instalado una idea distorsionada de Oriente Próximo, donde Israel aparece siempre como una fuerza ocupante de territorios que no le pertenecen y toda forma de violencia palestina se interpreta como legítima resistencia. A finales de 2023, muchos nos dimos cuenta de que realmente no importa cuál sea la barbarie perpetrada, su bestialidad o ferocidad. Ni tan siquiera cuán nítida y evidente sea la intención de aniquilar perpetrando un descuartizamiento minucioso en la población civil. Cuando la víctima es Israel, siempre hay excusas. Cuando el agresor es islamista, siempre hay comprensión. Es cierto que en Gaza mueren civiles. Cómo vamos a negarlo ni olvidarlo. Pero también es cierto que Hamás ha utilizado a los civiles históricamente como escudos humanos con objeto de proteger su infraestructura militar en hospitales, escuelas y zonas densamente pobladas. Hamás, como en España lo hizo la ETA durante cuarenta años, es experta en hacer del sufrimiento civil una eficientísima propaganda. Llama la atención que tantos países europeos, con sus sofisticados servicios de inteligencia, no supieran (o no quisieran saber) que buena parte de la ayuda económica que enviaban a Gaza terminaba en manos de quienes construían túneles de guerra, no escuelas.

Durante años, Hamás ha gobernado Gaza con un mandato popular. No se trata de una dictadura impuesta por la fuerza externa. Fue elegido, consolidado y mantenido por una sociedad que, al menos en parte, lo ha legitimado. Ignorar esa dimensión política —el apoyo social que Hamás ha tenido— es infantilizar a los palestinos, tratarlos como víctimas perpetuas sin agencia ni responsabilidad. Pero sobre todo, es ignorar la realidad que ha permitido que el conflicto se cronifique y se radicalice. De igual modo que ha de quedar muy claro que Israel tiene derecho a defenderse. Más aún: tiene la obligación de hacerlo. De lo contrario, supondría aceptar que la muerte de sus ciudadanos (con independencia de su crueldad, que en este caso fue máxima) puede quedar impune. Por eso el objetivo militar de desmantelar la infraestructura de Hamás no es ningún acto de venganza: lo es de prevención. Israel no se pasea por Gaza violando a las mujeres gazatíes o descuartizando los cuerpos de sus bebés. Lo que Israel se juega en Gaza no es solo el futuro de una franja de tierra, sino el principio elemental de que los Estados tienen derecho a existir sin ser objeto de exterminio.

Lo pienso con total convicción. La única salida plausible de este conflicto es una victoria clara de Israel sobre Hamás. No hay solución negociada con quienes no buscan otra cosa que el aniquilamiento del otro, en parte porque Hamás no desea negociar nada en modo alguno. No hay paz posible con quien proclama abiertamente que su misión es destruir al pueblo judío. Ha podido fracasar la diplomacia: no lo discuto. Pero lo que definitivamente sí ha fracasado es la ingenuidad de creer que es posible razonar con fanáticos religiosos, armados hasta las cejas y financiados durante años con la complicidad, directa e indirecta, de muchas cancillerías europeas. Quienes se niegan a mirar de frente esta realidad siguen prefiriendo atacar a Israel. Lo hacen desde un supuesto humanismo, pero muchas veces lo que late detrás es un viejo antisemitismo disfrazado de causa progresista, o el atávico antiamericanismo de la izquierda proyectado sobre el estado judío, su aliado en Oriente Próximo. 

Hay algo profundamente inquietante en esa forma de pensar. Porque cuando la civilización empieza a justificar al verdugo y a condenar a quien se defiende, significa que está perdiendo, definitivamente, el juicio. 

Postdata: Creo innecesario criticar al indocto por calificar a Israel de estado genocida. Piense el lector de este inefable idiota lo que quiera.