viernes, 2 de agosto de 2024

La Venezuela, mon amour, de un Zapatero remendón y un Monedero vaciado

Una vez estuve a punto de fichar por la petrolera venezolana. Corrían los tiempos en que mi vividura deambulaba por el extranjero, donde me había granjeado la amistad de buenas e interesantes personas (y algún que otro personaje). En Edimburgo me encontré con un matrimonio venezolano: ella era alta ejecutiva de la petrolera pedevesa, él un físico teórico que seguía a su bien asalariada mujer allá donde el destino lo deparase. La petrolera no solo pagaba muy buenos emolumentos: también formación en el extranjero, alquileres de domicilios, viajes, mudanzas, complementos y todo lo que se preciase necesario. Era, sencillamente, un muy buen destino. Tras mi paso por Aramco, la petrolera saudí, mi amiga (y mi amigo) me aconsejaron fichar por la petrolera de Venezuela. Un lujo. Yo contaba con buenas experiencias en un país tan hermoso como, entonces, abandonado del más mínimo rigor en cuanto a sostenibilidad. Salto Ángel, el Orinoco, Roraima, la costa de los piratas... Todo componía un cuadro imposible de inadvertir o, mucho menos, olvidar. Y en esas llegó Chávez. Y después llegó Maduro. Y todos sabemos dónde se encuentra Venezuela, sin referirme a su ubicación geográfica. Mis amigos jamás volvieron a su país, y alguno de mis amigos catedráticos en la universidad se pasó a la resistencia (y no he vuelto a sabe de él). He de hacer constar que no eran pocos los ciudadanos que, por aquel entonces, apoyaban a Hugo Chávez pese a su pasado golpista, pues la corrupción, ese parásito tan omnipresente en toda Iberoamérica, llevaba incrustada tanto tiempo en la casta política que muchos creyeron que se necesitaba a un tipo expeditivo para acabar con ella. Entonces, igual que ahora, muchísima gente ignora que los políticos son todos corrompibles, y que cuanto más arriba se hallan, más corrompidos se encuentran, se sepa o no. 

Con Maduro llegó el éxodo masivo, el narcotráfico como revolución industrial, y el más absoluto desprecio por las gentes y la democracia y la libertad. Pero, fíense bien, es el caladero donde pesca lo más a la izquierda española y donde dos tipos se han hecho de oro: el profesor Monedero y ese oráculo de la sabiduría llamado Rodríguez Zapatero. No importa que el conductor de metro se pase la vida tiranizando a la población y abusando de ella cuanto le da la real gana.  Puede expulsar delegaciones enteras de cualquier partido político y amenazar con reprender con las armas a quien desee pronunciarse libremente contra su tiranía. Da lo mismo. Tiene aplaudidores de tiestos bien regados. Para la izquierda, que actualmente se dedica única y exclusivamente a confrontar (y olvidar) su existencia con el fantasma de la ultraderecha, nada hay más noble que abanderar la salvífica actuación canallesca del tipejo ese con bigote que les da de comer. Les da igual que el apoyo que brindan y con que brindan sirva para que un tipo tanto más peligroso cuanto más necio (sobre cuyos cimientos no se sustenta oficio alguno, ni siquiera el de conductor de metro) sirva no solo en su propio beneficio, también en el de las mafias del narcotráfico, que han podrido todas las esquinas y rincones de tan hermoso país.

Lo de Zapatero y Monedero, y tantos otros como ellos, es de traca. Este último es un mindundi de comunista con querencia por el dinero. Eso es todo. No tiene ninguna otra utilidad, ni siquiera como profesor universitario. Pero el primero, en cambio, con toda su ruindad y su ilimitado rencor (los idiotas e ignorantes siempre son, principalmente, rencorosos: miren a Sánchez) es el representante más artero y taimado de la vesania en que se ha instalado la izquierda que, sedicentemente, aún se dice a sí misma moderada en nuestro país. Es un cero total en lo intelectual, en lo internacional, y además es un resentido profesional de lo histórico. Un político nefasto, inculto, mediocre que, no obstante, fue votado por los suyos y después por la misma masa ensoberbecida por un 11M donde no se cansó de mentir, la misma masa que más tarde, cuando aquel hubo de demostrar su valía, descubrió que no valía para nada y lo repudió. Sostuvo su gobierno durante siete años para salir de él con la cabeza gacha, en aras de un vago de solemnidad como Rajoy que tampoco hizo nada para acabar con ese legado (la derecha es así de inútil). Zapatero escurrió el bulto patrio para convertirse en consejero de Maduro, quien lo ha recompensado con minas de oro, de donde proviene su riqueza (la de Zapatero). En las elecciones venezolanas, donde solo faltó apuntar a las sienes de quienes son considerados contrarios al régimen, no vio indicio alguno de pucherazo en la ingente desproporción de su amo, quien se ha apresurado a jurar el cargo al tiempo que ha exigido al cerito zapaterito que lo defienda de todos los demás (cuando esto escribo, no tengo claro si el amo podrá mantenerse o no, tal vez porque sigo siendo un iluso). Será (y es) un bobo de solemnidad, pero rápido aprendió que sus supuestos valores socialistas no sirven de nada en lo personal, y que uno puede reconvertirse en el mejor asalariado del más cretino déspota existente en el mundo civilizado sin que ninguno de los suyos interponga, formal o informalmente, la mínima objeción. Así es este país.