jueves, 24 de julio de 2025

Titulados en Nada, máster en Morro

Llevamos años criando a una fauna política que, en su mayoría, no sabe hacer la o con un canuto (aunque convendría precisar que saben criarse solitos siempre que paguemos nosotros -los de siempre- por supuesto). Hay quienes piensan que con plantar un taconazo y una sonrisa de LinkedIn, hala, ya basta para devenir nueva promesa. Pero como la cosa no parece lo bastante sólida como para justificar las responsabilidades asumidas y el duro trabajo que ello conlleva, conviene fundamentar el "dedazo" (porque a esas alturas es como se elige al personal) con un currículo epatante capaz de convencer al personal del extraordinario intelecto que encierra la cara bonita (o fea, eso es lo de menos). Es algo que les funciona, siquiera por un rato, al menos aquí, porque en el resto del mundo los méritos académicos es algo que se aprecia por lo que realmente es: mérito y prueba de esfuerzo y dedicación.

Estos días presenciamos la divertida aventura de una diputada del PP de 35 años que ha dimitido de todos sus puestos al descubrirse que se arrogaba títulos universitarios que no poseía. No es la primera vez que pasa algo parecido en este partido. El anterior escándalo ocurrió en 2018 cuando Cristina Cifuentes alegaba disponer de un máster de la Universidad Rey Juan Carlos a cuyas clases nunca acudió presencialmente, cuyas evaluaciones fueron falsificadas por la propia universidad, y cuyo preceptivo trabajo de fin de máster tampoco redactó ni presentó. Lo mismo que aquel lumbreras palentino, Pablo Casado, que alegó ser licenciado en Derecho por la Complutense de Madrid y disponer de un grado en Administración y Dirección de Empresas y un máster en Derecho Autonómico por la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), todo ello en tiempo récord, con convalidaciones dudosas y todo tipo de irregularidades.

No hablaré de los muchos casos similares que salpican al Psoe, o a Podemos, o a Sumar, o a cualquiera de los partidos que carecen de procedimientos estrictos para la contratación o promoción de su personal en puestos considerados de responsabilidad. Ahí están los ejemplos. Basta contemplar el del indocto, que sí dispone de título de licenciado (conseguido en una universidad de medio pelo) y un título de doctor con una tesis de chichinabo escrita por otros plagiando textos de una reducida biblioteca. Usted alegará que los títulos están y no han sido anulados, pero el andoba también infló un simple programita en liderazgo tildándolo de máster por el IESE, cosa que corrigió al cabo de unas cuantas legislaturas, cuando estalló el escándalo de la Cifuentes. La conclusión obvia es que muchos de ellos no tienen carrera, pero oiga, eso las ha dado lo mismo porque lo que sí tienen es una eficiente carretilla donde llevarse sinecuras, dietas, sueldos y halagos, mientras son políticos, y después maestría en puertas circulares. De hecho, si observamos al indocto o a sus antecesor, el Zapatero y el Rajoy, convenimos en que ni siquiera necesitan haber leído nada (el Marca no vale). 

En fin. Parece común que los políticos se avergüencen de los estudios que, tras haberlos iniciado, no han llegado a completar, o que conviertan en gigantes aquellos estudios cortos y simplones que sí se atreven a culminar. Será que el trajín diario en favor del partido les impide acabar aquello que comienzan, especialmente en una materia tan delicada como es la formación, o dedicar su comprometido tiempo a empresas educativas verdaderamente nobles. Y eso significa dos cosas: una, que aquello para lo que son elegidos no necesita formación reglada y certificada; que en lugar de tomar la decisión de seguir cursando unos estudios que consideran muy necesarios, prefieren atajar y darlos por obtenidos sin atravesar las amarguras y sacrificios que ello conlleva, o directamente travestirlos de lo que no son. La mediocridad, la desvergüenza, la corrupción o el puterío son la consecuencia de una manera de entender la política como servidumbre y docilidad, jamás como resultado al mérito. 

Pero, ¿saben una cosa? Alardearán todos ellos (los sinvergüenzas) de sus títulos, sus másteres, o sus excelentes meninges, aunque no las tengan o las hayan disfrazado. Pero son sabedores, en la intimidad del silencio, que todo lo que llevan por dentro es un gran vacío al que no tienen más remedio que rodear de mentiras.