viernes, 4 de julio de 2025

Descripción de horrores

A mí no me cabe ninguna duda de que, en el momento presente, aquello que muchos vienen denominando como crisis constitucional, y que refleja una realidad casi terrorífica dominada (no solamente) por las políticas sectarias y devastadoras del actual Gobierno, no es un concepto entendido correctamente por la ciudadanía. Las gentes saben de tipos que se lo han llevado crudo con los sobornos perpetrados por el partido en el poder (el PSOE), pero no sabe nada de lo que está sucediendo en Indra o Telefónica, donde el unto no es manteca de carreteras o puentes o túneles, sino estrategias militares a muy largo plazo, y los montos superan en cuatro o cinco ceros (como poco) a los importes cerdáneos, que no dejan de ser unas migajas muy bien apañadas (para quien se las lleva) ante las que siempre hay políticos colúbridos dispuestos a dar el bocado (para eso se meten a políticos, aunque usted siga pensando lo que le diere la gana al respecto). Las gentes saben que el Gobierno mueve los hilos de instituciones de apariencia independiente como la Fiscalía General del estado, el Tribunal Constitucional o la Abogacía del Estado (independiente significa que no admite intervención ajena: ¿no le da la risa leerlo?), pero se resigna a encogerse de hombros, porque no puede hacerse nada, y contemplar indignadas las manipulaciones descaradísimas de esos altos sirvientes del Estado, devenidos consciente y proactivamente en títeres del poder dimanante del palacio monclovita sin que se les caiga la cara de vergüenza por ello. En puridad, no es que crean que no puede hacerse nada: es que tienen miedo de que las huestes del mal, encarnadas por el Gobierno y sus miles de comparsas, que entrañan todos juntos la más despreciable calaña que jamás antes haya parido esta joven democracia nuestra, acaben tergiversando cuantas lecturas constitucionales sean y promulguen leyes para perpetuarse ellos en la esquilma y extracción a la que se encuentran ya acostumbrados. Y cuando eso suceda, ocurrirá lo más horrendo de todo: tendremos que elegir entre convertirnos en un país amancebado con esa izquierda que ideológicamente acaba tiranizando pueblos enteros (véase Venezuela, México, Corea del Norte, Cuba...) o elegir la ruta de las asonada y levantarnos, si es necesario por las armas, contra todos ellos, sabiendo que nos acabarán matando, porque el dinero del Estado, el elemento más corruptor que existe en la naturaleza humana, concita la unión de quienes superponen su razón ideológica al bien de todos.

Esto que se viene denominando sanchismo, y por el que pasará a la Historia un individuo tan inútil e iletrado como maligno en su egotismo (porque las ansias excesivas de poder que llamamos ambición responden a este tipo de despreciable cualidad), no es cosa de un solo hombre: es una colección de muchos hombres y mujeres, por lo general perfectamente inútiles o devenidos baldíos con el tiempo, que gozan sobremanera imponiendo a diestra y siniestra su gansterismo, algo para lo que necesitan cuantos más secuaces mejor, sobre todo si están bien colocados (jueces, fiscales, directores generales, periodistas, ministros...). Ante esta realidad, que hogaño se evidencia con una crudeza y una acritud tan visible y ostentosa que causa daño a las mentes próbidas, viene a reafirmar que incluso un concepto idílico y romántico como es el de la democracia, se transforma con el tiempo igualmente en tiranía. Al final resulta que mis amigos árabes tienen razón: ellos piensan que la democracia no es el sistema político adecuado para sus naciones islámicas. Odio concluir que la democracia es solo un paso intermedio para la dictadura de las mayorías. 

Ya lo ven ustedes. Quien no ganó las elecciones y vindicó formar parte de una mayoría compuesta por cuadrillas de partidos políticos de diversa calaña (ex terroristas, insurgentes, mafiosos y resto de lunfardos), ha podido consumar el mayor crimen que un gobernante puede consumar: dividirnos a todos, destruir la convivencia civil y arruinar el entramado moral que denominamos Constitución en aras de una autoproclamación de progresismo que muchos ciudadanos necesitan para perdonar, o simplemente no querer ver, la profunda corrupción larvada en el palacio monclovita, y que no es solo cuestión de dineros (eso es casi lo de menos, aunque sea lo que más indigna), sino cómo se maniobra de continuo para que nacionalismos identitarios, con sus raíces xenófobas y supremacistas, que tantos en Cataluña y en las Vascongadas secundan desde la calle, herederos de la violencia terrorista y la mayor corte de comunistas hipócritas que ha contemplado jamás la piel de toro, destrocen el territorio en el que convivimos todos. Y sí, es un destrozo continuado, como el perpetrado por la Fiscalía (que el idiota designado para gobernarla esté imputado y se mantenga en su puesto frente a viento y marea entra dentro de la lógica de destrucción en que estamos inmersos), o como lo protagonizado por el Tribunal Constitucional con su resolución sobre la Ley de Amnistía, una ley escrita por aquellos que han de beneficiarse de ella, y pactada en complicidad por el socialista a quien se encargó formar las alianzas del gobierno y que se encuentra en la cárcel acusado de enriquecimiento y que era elogiado hasta hace unos pocos días por la misma horda de patanes que hoy intentan convencer a propios y extraños de que no lo conocen. Véase quién, dentro de ese Tribunal Constitucional al que muchos teníamos por adalid de probidad e imparcialidad, ha ejercido la ponencia de tan interesada causa: una señora con idéntica expresión de fealdad e hipocresía que el pompidú que la ha designado, experta en violencia de género y en satisfacer los apetitos de su inmensa y descomunal voracidad ideológica. A esto ha llegado el esperpento hispano, a esto hemos quedado reducidos los ciudadanos: en ser meros espectadores de las mayores infamias, sucedidas una detrás de otra sin descanso alguno entre ellas, mientras vemos cómo los peores catalanes y los peores vascos se llevan en crudo, y sin conmiseración alguna, lo que es de todos. 

Ah, sí: que este fin de semana ensalzan (nuevamente) a un gallego no muy cultivado, de quien ya se dice que será mejor presidente que candidato (aquí no se consuela quien no quiere), y que será quien lo arregle todo cuando este periodo de horrores incesantes desaparezca. Ya les contaré lo que hará el gallego: lo mismo que el otro.