Pedro Sánchez nunca ha gobernado. Su gobernanza se reduce a un sueño húmedo orientado al solo objetivo de dormir en la Moncloa el mayor tiempo posible. No es un caso aislado, ni único, pero sí probablemente uno de los más simples de que se tenga noticia. Con su biografía, difícilmente puede pergeñarse un esbozo apresurado del Macbeth shakespeariano. ¡Ya querría él! Los seres mediocres, cuando la suerte llama a su puerta y logran acceder a designios mucho más egregios que sus méritos, reducen las miras de su ingenio a lo único para lo que están capacitados: el enaltecimiento de su ego y la codiciosa labor de mantenerlo. El indocto, incapaz siquiera de escribir los libros que firma o la irrisoria tesis con la que pretendió denominarse sabio, en distintas ocasiones ha reflejado su deseo de pasar a la Historia. Y es cierto, su nombre figurará en los anales aunque que nadie los lea, pero no precisamente para bien.
En muchos aspectos su trayectoria resulta asombrosamente similar a la de aquel infame y solemne bobo que es José Luis Rodríguez (Zapatero): la perfecta inutilidad de su gobernanza, regalada (antes que obtenida) por las oscuridades del Estado, solo le sirvió a él mismo (y a sus más estrechos colaboradores) para hacerse con una no pequeña fortuna a cambio de erigirse en la bisagra de algunos de los más abyectos y repugnantes dictadores y terroristas del planeta. En eso, al parecer, significa ser de izquierdas (aún desconocemos la interpretación de ser de derechas, tan confusos campan muchos de ellos por sus prados). No hace demasiados días, un parlamentario con más de rufián que de noble, lo corroboró en el hemiciclo: la izquierda es honrada, no es corrupta. Por supuesto, puede ser delincuente, puede ser insolidaria, puede incluso ser terrorista (que de todo ello fueron sentenciados unos cuantos, bastantes, de sus compañeros de partido o de andanzas), pero con honradez, oiga, con honradez. Unos y otros, desde esa honorabilidad izquierdosa, coadyuvan a que ellos y otros como ellos copen las altas esferas del poder tanto público como privado (este último es imprescindible cuando el primero concluye por orden popular), al tiempo que construyen argumentarios de progresía y reformismo social, tal vez por aquello de que siempre habrá pobres en el reino de los cielos, y la pobreza suele ir acompañada de una frustración secular que impide observar los derroteros de la historia con clarividencia.
Volviendo al indocto, ese inculto que nos desgobierna desde hace ya un buen puñado de años, y que jamás ha podido erigirse con su política en emblema y admiración de unos u otros (cosa lógica si volvemos a lo expuesto en el primer párrafo), conviene repetir cuantas veces sea necesario que su lógica social, preñada hasta los cancanujos de violenta polarización, jamás ha buscado promover el bien común. De hecho, como París bien vale una misa para los hugonotes con aspiraciones a reinar, él ha abrazado con fe de converso las proclamaciones más radicales del comunismo patrio. Debe advertirse que los adalides del bolchevismo patrio no son obreros o parias de abolengo humilde, hijos de la tierra o del duro trabajo en las fábricas y sentinas de la nación, sino pijos y niños bien que jamás han debido partirse los cueros para sobrevivir y ahorrar unos cuartos. Sin embargo, son ellos los que han logrado concitar (en mayor o menor medida, siempre para ese rango ideológico) las simpatías y los votos de quienes aún siguen creyendo que este mundo es una lucha de clases donde solo quienes piensan igual están en posesión de la verdad. Exactamente lo mismo que el indocto. Llevamos bastantes años comprobando lo que significa que gobiernen los pijos neocomunistas. Ellos alcanzan a disponer de mansiones, pensiones cuantiosas y ningún temor por el futuro, defendiendo, en aras de no sé qué pretendida justicia social, a los más miserables e indignantes despojos humanos: ex-terroristas, okupacionales, inmigrantes inasimilables en sociedad alguna, irredentos secesionistas... Son tiempos de gobierno de la más ultraizquierda que haya podido verse desde los tiempos de la Bastilla, pero unos y otros, por aquello de la incultura epigonal de sus simpatizantes y votantes, no dejan de proclamar su temor a que sobrevenga la extrema derecha en el poder, llamando de esta guisa a cualquiera que se mueva un ápice al margen de sus idearios. El indocto, porque le interesa, es uno de estos catetos con escaño.
La lógica política del monclovita tan enamorado de su mujer, aunque mucho más enamorado de sí mismo (hombre hecho a sí mismo que ha demostrado que la incultura, la ausencia de lecturas y de respeto hacia los demás no es óbice para hacerse con el poder) hace demasiados años que viró hacia el aseguramiento de su permanencia al frente del Gobierno y de su partido, un patético PSOE, algo que no deja de ser -con total verosimilitud, tras tantas pruebas manifiestas- una abyecta operación de supervivencia personal. La Historia demuestra que tal afán solo puede ejecutarse desde la autocracia y la dictadura más inmisericorde. De hecho, es algo que repite como un mantra de autoafirmación: que él y quienes lo sustentan, son más que todos los demás. Si lo suyo es dormir en la Moncloa otra noche más, lo de sus afines (que lo son por conveniencia o por conveniencia, no hay más) es esquilmar los dineros y poderes del Estado hasta no dejar en él ni las raspas. Por eso no le importa cuántos escándalos le salpiquen, cuántos colaboradores caigan, cuánta podredumbre se ventile alrededor de su círculo más próximo, o cuántos méritos esté él mismo acuñando para acabar con sus huesos en la cárcel. Él sigue. Sus conjugaciones verbales solo contienen presente de indicativo: el futuro es incierto y se dirime en un subjuntivo que ya nadie usa.
Lo más grave de todo este panorama, a mi parecer, es lo que retrata la horrible partitocracia en que vivimos, sistema que no atesora ni un solo beneficio para los ciudadanos. Si hablamos del PSOE zombificado en que ha convertido el indocto a su partido, resulta esclarecedor que nadie en su Comité Federal haya discutido con claridad las tropelías que el individuo comete (hay quienes, dentro del partido, sí lo discuten, pero son voces prontamente menguadas, incluida la del propio Felipe González). Que él y todos sus ministros descuellen en incompetencia y sean chantajeados cada minuto del día por un puñado de delincuentes y expresidiarios, infamia ante la que el indocto, como sola respuesta (aún llamada eufemísticamente por algunos "acción política") solo ha sabido hacer una cosa -conceder-, y que nadie dentro de los canales de gobernanza de su partido haya sido capaz de elevar la voz, se explica por la simple razón de que, en ese Comité Federal, solo están los borregos que él mismo ha ido colocando hasta convertir el órgano de gobierno del partido en un redil para sus fieles ovinos. De hecho, a estas alturas tanto ha concedido, tanto ha entregado a secesionistas, delincuentes, prófugos, ex-terroristas y los vascuences de la txapela que solo se acuerdan de su patrón cuando se les invoca el nombre del marrano, que muy probablemente ya no sepa encontrar qué más regalar a los extorsionadores. Y los demás, los suyos, militantes o simples smpatizantes y votantes, a callar. Este canalla y su equipo no son los únicos responsables del desatino en el que vivimos. Disponen de más de siete millones de cómplices que aún se creen la historia de su destino como capos que han de erradicar el extremaderechismo del país para que ellos, los ultraizquierdistas, sigan haciendo de las suyas sin oposición alguna. Este horrendo fenómeno circense... digo, político, va mucho más allá de un simple caso de personalismo. Como hemos mencionado, el indocto ha consolidado en su partido una estructura cesarista disfrazada de democracia interna. Es cierto que pasa lo mismo en todos los partidos, donde se liquida a cualquiera que abra la boca para emitir una opinión distinta a la de su caudillo y líder (de nuevo, los males de la partitocracia). Y ese es el punto en el que estamos, porque incluso el más patán de todos los socialistas del Congreso (un individuo lerdo y de pocas luces, con portavocía en el Congreso, que una vez gobernó en las Vascongadas) ha sido capaz de decirle al famoso jarrón chino fundador del felipismo (y que hubo de irse del Gobierno a causa de los Gal y otras corrupciones) que se vaya por donde ha venido. El más inútil y patán tiene mando en plaza. Acabáramos. Las implicaciones de estas actitudes causan estupor, cuando no honda preocupación. Impera la obediencia acérrima incluso ante el más tremebundo de los escenarios: así se vaya todo el país a tomar por el culo, los parlamentarios seguirán aplaudiendo ensoberbecidos hasta que les sobrevenga la muerte, política o no. Y obviado el Comité Federal, por imposible, ¿qué pasa con la militancia? ¿Dónde están esos miles de afiliados socialistas que antaño llenaban las casas del pueblo con debates encendidos, discusiones ideológicas y propuestas de país? Se lo respondo yo: callan los pocos y aplauden los más. Es en lo que fundamentan los tiranos su destino (y en la historia reciente de Europa hay unos cuantos ejemplos) : en la movilización de sus hipnotizados seguidores. Los alemanes de la década de los treinta solo despertaron de su locura cuando fueron aplastados militarmente por los aliados y su país pasó a ser ocupado. A las masas les cuesta un universo y medio apartarse de las consignas burdas, zafias y populistas, da lo mismo que hayan devenido inveraces. En este país, fueron los propios militantes socialistas quienes entregaron el partido a un hombre de probada incapacidad intelectual y quienes, una vez en el gobierno, le han venido respaldando pese a que su única praxis es concentrar todo el poder, no responder ante nadie y permitir que los suyos medren por donde quieran. La militancia ha pasado de ser el alma del PSOE, con capacidad tanto crítica como de alabanza, a ser una muy vulgar coartada. La excusa para que el indocto se crea legitimado en cada atropello que acomete: "yo respondo ante las bases". Pero esas bases, más que sostenimiento, han devenido alfombras. Nadie construye una farsa de este tamaño sin una masa predispuesta hasta los cancanujos a obedecer la palabra ideológica, aunque provenga de alguien que no tiene ninguna. La militancia es cómplice por acción y también por omisión. No solo ha renunciado a su función deliberativa y entregado su voz. Se ha incapacitado a sí misma para enderezar el decurso de encallamiento de sus siglas. Las primarias, ese bálsamo de Fierabrás llamado a democratizar los partidos, solo han servido para una cosa: ser el caballo de Troya por donde se adentran los tiranozuelos que piensan y sienten y viven al margen de cualquier conducta moral o púdica. El primer secretario general del PSOE elegido por primarias es, al mismo tiempo, ¡oh, casualidad!, el primero en comportarse como un dictador cualquiera.
El resultado está a la vista: un Gobierno que funciona como una desbaratada sala de máquinas con la sola misión de parir cualquier barbaridad que los secesionistas y proterroristas y demás comparsas quieran para sí mismos. Por supuesto que no dispone de un proyecto de país (nunca lo ha tenido) o un presupuesto (se cree por encima de la Constitución y la manosea como quiere coadyuvado por toda una recua de inmorales que lo siguen aborregadamente). Por supuesto que no queda ni rastro de esa izquierda que pretendía renovar España. Y mientras tanto, el país entero entra en la fase más obscura y profunda de su decadencia política. Y así seguirá sucediendo mientras el indocto Sánchez siga, mientras los ladrones que esquilman y roban al resto de España sigan.
El verdadero problema no es que Sánchez no se quiera ir. Es que tiene aún todo un ejército multifuncional que lo defiende y sostiene.