viernes, 30 de mayo de 2025

Los fontaneros cobran caro

No sé a qué viene tanto revuelo con las noticias sobre la señora esa, tan pasada de peso como de cara de mala persona y peor personaje, que pertenece a los gremios de la militancia socialista y al de la fontanería o pocería, según vayan las referencias. A mí, a estas horas de la película, ni frío ni calor: me dicen que encuentran cadáveres en las cloacas de la Moncloa, y casi me parece hasta razonable. Los militantes socialistas eligieron como secretario general al idiota este monclovita que comenzó queriendo hacer pucherazo en sus votaciones internas, y tras su confabulación multipartidista contra el vago del presidente pepero que fumaba puros y leía solo el Marca, los simpatizantes de la izquierda lo eligieron para presidir este país (entre acuerdo y acuerdo, y tiro porque me toca). Absolutamente toda su gestión, desde el primer día, está preñada de corrupción, de egoísmo, de nepotismo, de chulería y de idioteces (las "sancheces") muchas y variadas. Dígame usted una sola ley que pueda recordarse con honor. Nómbreme uno solo de los ministros de cuya memoria quepa hablar de eficacia y anchura de miras (fíjese que yo siempre me acuerdo del astronauta, y no para bien). 

Que hayan saltado a las páginas de los medios las hechuras mafiosas, como dicen (en realidad son simplemente barriobajeras), de unos y de otras, es casi lo de menos. Lo dábamos por descontado, aunque no lo llegásemos a imaginar, porque en esto de la creatividad, los indecentes y peligrosos, como el monclovita y sus secuaces, siempre tienen más imaginación que el resto (por eso son indecentes y por eso mismo son peligrosos). Yo, de lo único que me quejo, es de su intensidad. No hay día que no salten noticias nuevas. Llevamos ya tantas que se me van olvidando las primeras. Por ejemplo, lo del cargo adjudicado a dedo al hermano músico (de escaso talento, como el monclovita) y plagiador (como el monclovita), nos hace olvidar que una de las primeras decisiones adoptadas por el indocto fue enchufar a dedo a un amigo arquitecto en una Dirección General de algo para hacer no sé bien qué cosas. Creo que se trataba de ciudades sostenibles o algo parecido: qué más da. A todos sus amigotes los ha colocado en alguna parte, aunque no valieran para nada. Recordemos aquello, y lo del uso y abuso del avioncito donde se hacía fotografiar con gafas de sol (como el casposo que es), o la porquería de gestión de la pandemia (¿alguien pensó entonces que lo hacía bien?). Ya de último a esta parte tenemos el resto de escándalos: la amnistía a los secesionistas, las constantes marrullerías del Tribunal Constitucional (con un tipejo al frente, feo como el demonio, e igualmente maligno, que solo busca complacer al amo), el uso privativo de la Fiscalía para mancillar a oponentes, las formas absurdas de casi todos sus ministros (por lo general, gente poco capaz, y el que lo hubiera sido -como el de interior o la de defensa- devenido incapaz igualmente), el apagón de la red eléctrica, su bipolarización constante, la estrategia de usar a otro tipejo como Zapatero para vaya usted a saber qué (el bambi tontaina que, oh sorpresa, siendo igualmente maligno e inútil, descubre que su vocación es cubrirse de oro apoyando a dictadores déspotas y bananeros), lo del Sahara (ese tema esconde mucha más mierda que todo esto de ahora, créanme), la subida catedralicia de la esposa (seguramente por aquello de que si él, no sabiendo una palabra de la carrera de económicas que cursó en una universidad privada de medio pelo pudo hacerse con un doctorado aún más vergonzoso y plagiario, por qué ella no podría estar también en lo más alto del escalafón universitario: no me digan que no suena a trauma de tipos que se saben poco inteligentes y quieren paliarlo con un título de tómbola), lo de su número dos y las muchas corruptelas (éste es un tipo listo, aunque igualmente maligno, pero tiene la particularidad de que le gustan lo mismo el dinero que las jovencitas, cuestión ante la que le alabo el gusto)... Fíjense que hablo de memoria y sin consultar las hemerotecas, porque de hacerlo, este apartado precisa capítulos.

Pero volvamos a lo de las hechuras mafiosas... De todo el párrafo anterior, ¿qué diría usted que se desprende como caracterización perfecta del monclovita? No es su pasión por el dinero (que sí tiene su esposa, su hermano, su número dos, su...), ni es solo su pasión por el poder (cosa habitual en los que se saben inútiles y poco inteligentes): es su odio intestino e inveterado por todos los que intentan oponerse a él. El indocto es, ante todo, un cretino rencoroso y vengativo. Con tal de alcanzar sus fines, pisotea (o al menos lo intenta con ahínco) todo aquello que desprecia y permite los excesos de todo aquel que le ayuda. Eso no quita que sea benefactor con la familia y los amigos, aunque sea ilegalmente, pero su obsesión es el odio. Odiar a todo el que le recuerde que hace las cosas rematadamente mal o egoístamente mal, por mucha capacidad de mandar que él considere tener (gobernar es algo que no exige intelecto alguno al que manda: ahí tienen los casos de Zapatero o el del puro). 

Y si me piden una conclusión, una sola, sería esta: ¿por qué la sociedad calla ante todo este cúmulo de despropósitos? ¿Por qué no se ha denunciado ya al Gobierno? ¿Por qué seguirá habiendo sociatas que voten al monclovita?

viernes, 23 de mayo de 2025

La agenda fascista del Gobierno

Hasta ayer mismo, cuestionar el modelo migratorio que se ha impuesto en prácticamente toda Europa representaba una herejía sancionable con la hoguera en plaza pública. Los cónclaves progresistas, reunidos habitualmente en el sancta sanctorum de las páginas impresas y digitales, nunca han reparado en racionalidades y la calificación de fascismo, palabra de uso bastante extendido y frecuente, era habitual. Hoy, sin embargo, los mismos que entonces agitaban las pancartas antifascistas en defensa del multiculturalismo irrestricto, ahora redactan planes de deportación masiva con letra temblorosa, y grande compungimiento en los ojos, pero asegurando la rúbrica. El espectáculo, que no es nuevo en absoluto, sigue siendo fascinante: la ortodoxia progresista se reinventa como garante de las esencias nacionales mientras se ajusta el nudo de la corbata frente al espejo.

En el Reino Unido, su primer ministro, un hombre que hasta hace dos cafés defendía las fronteras porosas de su imperial nación como ejemplo de progreso y valores adecuados, ha descubierto de repente que quizá, solo quizá, aquello de las fronteras permeables fue un experimento fallido. Qué inesperado. Pero más inesperado aún es que lo proclame con la serenidad y fe del converso. El primer ministro laborista habla con desparpajo de recuperar el control, omitiendo su admisión de que tal vez la política vigente se les ha ido de las manos. En lugar de convenir el giro ideológico copernicano, afirma su total responsabilidad institucional. Los catecúmenos siempre mantienen que la religión verdadera solo la han descubierto ellos.

Esta comedia que, por cierto, bienvenida sea, porque Europa, y otras partes del mundo, había devenido en la mesa de tócame Roque, se representa con disimulo en el patio trasero, tras las plateas, en las estadísticas antes tildadas de fake news racistas y que comienzan a publicarse en los mismos medios que antes las ocultaban por higiene moral. Por ejemplo: que el 91% de los detenidos por hurtos en Cataluña son extranjeros. Ahora no es una afirmación de la ultraderecha (espectro sociológico que, para un progresista, representa todo aquello que no sea él mismo) sino una noticia firmada por periodistas que hasta hace nada se dedicaban a impartir cursos de aprendizaje sobre lenguaje inclusivo. Que la mayoría de los presos en las cárceles catalanas no tengan pasaporte español ha dejado de ser una constatación xenófoba para devenir reto para la convivencia. Sin rectificación ni disculpa, porque errare humanum est, aunque solo para los de izquierdas, claro.

El caso alemán es el colofón. Alice Weidel lanza cifras como puñales en el Bundestag y Friedrich Merz —recién llegado al poder— se traga el discurso entero como si fuera suyo. "Demasiada inmigración descontrolada", dice el canciller con cara de preocupación. Pero ese diagnóstico ya estaba escrito hace décadas en los panfletos que nadie quería leer porque estaban contaminados ideológicamente por el fascismo.

En realidad, aunque lo llamen así, no se trata de un problema que atañe a las políticas de inmigración. O no solamente. Es el síntoma más visible de un fin de ciclo profundo: la bancarrota moral de una élite que solo reconoce la realidad cuando le amenaza el sillón. Durante años, la progresía social ha estado construyendo una hegemonía discursiva basada en el insulto preventivo (fascista, xenófobo, retrógrado) y la negación de cualquier evidencia, imposibilitando con ello los debates. Ahora, al descubrir que la realidad no se deja gobernar por sus adjetivos, quienes criminalizaron el disenso, pretenden recuperar la iniciativa. El truco, como siempre, es presentarse como salvadores de un problema que ellos mismos contribuyeron a fabricar por aquello del buen rollito.

Ojo, que todo lo anterior no identifica solamente a los partidos alojados en el espectro izquierdo, o progresistas. Buenas parte del espectro derecho comulga con las mismas ideas, y las ha defendido con igual empeño. En España tenemos ejemplos nítidos de esto último. Los políticos, y opinadores públicos, observan el mundo desde el fondo de una caverna porque, en realidad, no les interesa en absoluto acudir a él para verificar si lo que proponen es, cuando menos factible, cuando más beneficioso. Que la realidad nunca malogre una brillante teoría.

Quienes lo vieron antes —y, en algunos casos, pagaron el precio del ostracismo o del escarnio— siguen sin recibir ni una mención. En esta tragicomedia europea, la reflexión es la única ONG que sigue sin estar subvencionada.

viernes, 16 de mayo de 2025

Inversión moral

En octubre de 2023, hay que ver lo rápido que pasa el tiempo, Hamás lanzó el ataque más brutal contra civiles judíos que se haya perpetrado desde el Holocausto. Cientos de personas fueron asesinadas en sus casas, niños secuestrados, bebés descuartizados, mujeres violadas, ancianos masacrados. Fue una carnicería meticulosamente planeada, ejecutada sin piedad y celebrada por sus autores como una victoria religiosa y política. Aquel día marcó el inicio de una guerra que Israel no buscó, pero a la que no podía dar la espalda. Tampoco nosotros se la hubiésemos dado. Unas pocas semanas después, buena parte del debate público europeo parecía haber olvidado tan despiadado y abyecto aniquilamiento. El "relato", que dicen ahora los bobos, ya no hablaba de la masacre del 7 de octubre, sino del genocidio que estaba perpetrando Israel en Gaza, de la respuesta desproporcionada por parte del estado judío, y de las innumerables víctimas palestinas inocentes. Para una parte importante de la sociedad, Hamás pasó de perpetrador a ser víctima, de agresor a mártir. 

Es difícil plantear respuestas a cómo hemos podido alcanzar una inversión moral tan profunda, especialmente desde las ideologías de izquierdas, pero también en buena parte de una población no alineada a ultranza con ninguna de las opciones de la panoplia política. La respuesta, sospecho, es muy incómoda: porque en amplios sectores de la opinión pública se ha instalado una idea distorsionada de Oriente Próximo, donde Israel aparece siempre como una fuerza ocupante de territorios que no le pertenecen y toda forma de violencia palestina se interpreta como legítima resistencia. A finales de 2023, muchos nos dimos cuenta de que realmente no importa cuál sea la barbarie perpetrada, su bestialidad o ferocidad. Ni tan siquiera cuán nítida y evidente sea la intención de aniquilar perpetrando un descuartizamiento minucioso en la población civil. Cuando la víctima es Israel, siempre hay excusas. Cuando el agresor es islamista, siempre hay comprensión. Es cierto que en Gaza mueren civiles. Cómo vamos a negarlo ni olvidarlo. Pero también es cierto que Hamás ha utilizado a los civiles históricamente como escudos humanos con objeto de proteger su infraestructura militar en hospitales, escuelas y zonas densamente pobladas. Hamás, como en España lo hizo la ETA durante cuarenta años, es experta en hacer del sufrimiento civil una eficientísima propaganda. Llama la atención que tantos países europeos, con sus sofisticados servicios de inteligencia, no supieran (o no quisieran saber) que buena parte de la ayuda económica que enviaban a Gaza terminaba en manos de quienes construían túneles de guerra, no escuelas.

Durante años, Hamás ha gobernado Gaza con un mandato popular. No se trata de una dictadura impuesta por la fuerza externa. Fue elegido, consolidado y mantenido por una sociedad que, al menos en parte, lo ha legitimado. Ignorar esa dimensión política —el apoyo social que Hamás ha tenido— es infantilizar a los palestinos, tratarlos como víctimas perpetuas sin agencia ni responsabilidad. Pero sobre todo, es ignorar la realidad que ha permitido que el conflicto se cronifique y se radicalice. De igual modo que ha de quedar muy claro que Israel tiene derecho a defenderse. Más aún: tiene la obligación de hacerlo. De lo contrario, supondría aceptar que la muerte de sus ciudadanos (con independencia de su crueldad, que en este caso fue máxima) puede quedar impune. Por eso el objetivo militar de desmantelar la infraestructura de Hamás no es ningún acto de venganza: lo es de prevención. Israel no se pasea por Gaza violando a las mujeres gazatíes o descuartizando los cuerpos de sus bebés. Lo que Israel se juega en Gaza no es solo el futuro de una franja de tierra, sino el principio elemental de que los Estados tienen derecho a existir sin ser objeto de exterminio.

Lo pienso con total convicción. La única salida plausible de este conflicto es una victoria clara de Israel sobre Hamás. No hay solución negociada con quienes no buscan otra cosa que el aniquilamiento del otro, en parte porque Hamás no desea negociar nada en modo alguno. No hay paz posible con quien proclama abiertamente que su misión es destruir al pueblo judío. Ha podido fracasar la diplomacia: no lo discuto. Pero lo que definitivamente sí ha fracasado es la ingenuidad de creer que es posible razonar con fanáticos religiosos, armados hasta las cejas y financiados durante años con la complicidad, directa e indirecta, de muchas cancillerías europeas. Quienes se niegan a mirar de frente esta realidad siguen prefiriendo atacar a Israel. Lo hacen desde un supuesto humanismo, pero muchas veces lo que late detrás es un viejo antisemitismo disfrazado de causa progresista, o el atávico antiamericanismo de la izquierda proyectado sobre el estado judío, su aliado en Oriente Próximo. 

Hay algo profundamente inquietante en esa forma de pensar. Porque cuando la civilización empieza a justificar al verdugo y a condenar a quien se defiende, significa que está perdiendo, definitivamente, el juicio. 

Postdata: Creo innecesario criticar al indocto por calificar a Israel de estado genocida. Piense el lector de este inefable idiota lo que quiera.

viernes, 9 de mayo de 2025

Apaga y vámonos

Ayer mismo hablaba con un compañero de trabajo, ingeniero para más señas, sobre el funesto apagón peninsular, dejando entrever la pésima imagen que hemos trasladado como país y que, seguramente, repercutirá en las decisiones de inversión de muchas empresas multinacionales que aún pensaban muy bien de España (por ejemplo, y porque me toca de cerca, el sector de los centros de datos, para quienes una desconexión de un segundo supone una hecatombe). Este ingeniero, que se dedica a vender, principalmente, refirió lo mucho que le preocupaba que "desaparecieran de repente 15 gigawatios de electricidad". Hay ingenieros que, como diría mi padre (que era ingeniero agrícola), son de secano.

Imagino que, en el magín de este tipo de personas, persiste diez días más tarde el argumento de las repentinas desapariciones, como si un agujero negro se hubiera tragado la energía o los extraterrestres hubieran abducido la corriente eléctrica para llevársela a su planeta de origen. Conviene mencionar que dicho argumento lo trasladó a la opinión pública un ignorante de primer orden (o burrinculto, que es como suelo denominar a quienes sueltan perlas de ese tipo sin avergonzarse de ello) como es nuestro indocto presidente, el mismo que tardó seis horas en dar la cara para solo decir que no diésemos pábulo a los bulos (los bulos ajenos, claro está, no los suyos propios) y otras cinco horas más para soltar lo del misterio de los gigawatios perdidos, la culpabilidad de las centrales nucleares, y lo mucho que iba a exigir explicaciones a las empresas privadas de lo de la luz. Por supuesto, ni quiso mencionar por su nombre a Red Eléctrica, cuyas salas nobles son, en realidad, un patio de monipodio donde recaban con bien nutridas sinecuras los más fieles secuaces de cualquier partido en el gobierno, con independencia de su signo (para quienes aún tengan por costumbre leer o haber leído, con la referencia cervantesca habrán adivinado lo que he llamado a tales sectarios con aquello que acabo de nombrar; de quienes no tengan dicha costumbre, me da lo mismo lo que piensen, en verdad). 

Nadie en su sano juicio puede poner en duda la capacidad de los técnicos que trabajan en Red Eléctrica. Son profesionales realmente extraordinarios que -¡ay!- han de dirimir con las decisiones políticas que se adoptan desde las más altas alturas, esas que nos gobiernan (o desgobiernan) y casi nunca (por no decir nunca) reparan en cuestiones técnicas cuando lo que cuenta es sacar pecho de los beneficios de tu ideología (renovables 100% cuanto antes). Concuerdo plenamente en la necesidad de dar palos al indocto y su desGobierno a causa del apagón. Es un tipo de necesidad casi taumatúrgica, porque realmente un milagro es lo que venimos necesitando para encontrar alivio de lo mucho y malo que nos está pasando como país. Pero no en la polarización "Solares sí, Nucleares no", y viceversa, con que se viene ensañando una buena parte de la prensa y los medios. No porque Solares solo sepa a agua, y lo nuclear no deje de ser cuestión principal, sino porque es saludable aclarar lo que realmente pasó. O, cuando menos, poner un poco de orden en las conjeturas.

Aquel lunes se produjo una serie de fluctuaciones en la frecuencia en la red eléctrica. Es gracioso el concepto, ¿verdad? Fluctuaciones de frecuencia. Eche usted un vistazo a la letra pequeña de sus electrodomésticos. Verá que los aparatos funcionan con unas cifras que ponen 50 Hz. Este valor tiene su origen en las postrimerías del siglo XIX, cuando empresas europeas como AEG lo adoptaron porque suponía un punto medio entre la eficiencia y la facilidad de diseño de motores y generadores. En cambio, en Estados Unidos, Brasil o Corea de Sur, la frecuencia es de 60 Hz, valor que permite motores más pequeños y eficientes, pero también más pérdidas por efecto Joule (la generación de energía eléctrica también produce calor) y por radiación de campos electromagnéticos de baja frecuencia. Japón es un experimento raro, porque una parte del país (el este) funciona a 50 Hz y la otra (el oeste) a 60 Hz, debido a que a finales del siglo XIX, cuando aún estaban en el tránsito que acabaría con los samurais, Tokio compró un generador a una empresa alemana (50 Hz) y Osaka a una estadounidense (60 Hz). Y al carecer de un estándar nacional, cada región desarrolló su red eléctrica de manera independiente. El caso es que ese numerito ha de mantenerse constante para que los equipos eléctricos funcionen correctamente. Si baja o sube demasiado, los motores, transformadores, relojes... se pueden dañar. Es el motivo por el que un operador como Red Eléctrica monitorea su valor en tiempo real y ajustan la generación o el consumo dentro de ciertos parámetros alrededor de 50 Hz. Dicho de otra manera, totalmente equivalente, las fluctuaciones que se producen cuando el valor de la frecuencia no es constante, es un indicador para Red Eléctrica del desequilibrio existente entre la generación y el consumo de electricidad. Incluso desviaciones de 0,2 Hz (arriba, abajo) pueden ser críticas. Por eso, cuando se alcanzan ciertos valores que no se tienen que alcanzar, se activan una serie de protecciones automáticas en las centrales eléctricas y en las subestaciones, desconectando cargas y generadores para evitar daños mayores. Si este problema no se corrige de inmediato, se produce un efecto dominó. Es el motivo por el que Francia se desconectó del sistema español. Francia es clave para nosotros porque es hacia donde enviamos la electricidad sobrante en un momento determinado (o de quien tomamos lo que nos falta, tanto da). Al desconectarse su red de forma automática, por seguridad, originó en España una total imposibilidad de corregir la fluctuación excesiva, por lo que todos los sistemas se desconectaron (algo que sucedió al mismo tiempo). Técnicamente: hubo una caída abrupta de apoyo inercial y de tensión.

Y ahora viene cuando toca explicar lo de la inercia, y que usted seguramente asocia a la brusquedad de los frenazos en trenes y autobuses (y lo que le pasa a su cuerpo en esos momentos). En los sistemas eléctricos, la inercia se refiere a la capacidad del sistema para resistir esos cambios bruscos en la frecuencia. Esta inercia proviene principalmente de los generadores síncronos tradicionales (como los de centrales térmicas o hidroeléctricas), cuyos grandes rotores giran a una velocidad constante. Este palabro, síncrono, lo que indica es que el dispositivo que genera electricidad lo hace de tal manera que se sincroniza con la frecuencia de la red eléctrica (50 Hz). Esto lo hacen muy bien las nucleares, las turbinas de vapor o las hidráulicas, que disponen de inmensos rotores que, al girar, por la fuerza del vapor de agua o del agua misma en tránsito, generan corriente. La energía del movimiento de los rotores es lo que actúa como inercia eléctrica. Son fundamentales en las redes eléctricas tradicionales, justamente las que se están reemplazando por fuentes renovables, que no aportan inercia. Los aerogeneradores modernos o los inversores solares (esos chismes electrónicos de los que hablan las empresas que le llaman para que usted instale paneles solares en el tejado) no disponen de nada que gire de manera sincronizada con la red. Por eso se dice que no aportan inercia de forma natural, aunque es cierto que están desarrollando tecnologías como la inercia sintética para compensarlo (son justo las tecnologías que faltan en España, que ha desplegado un inmenso parque fotovoltaico).

Y ahora viene lo esencial: el sistema eléctrico no colapsó. Hizo lo que está diseñado para hacer en una situación tan crítica como es una fluctuación de la frecuencia fuera de los parámetros de seguridad: ejecutar desconexiones selectivas para evitar lo que después, empero, sucedió, el apagón total. Lo que se desconectó no fue un bloque de energía indeterminado, sino varias centrales —algunas nucleares, por petición expresa del operador, Red Eléctrica— y una parte muy significativa del parque fotovoltaico. La clave del apagón fue esa pérdida súbita de estabilidad, no la desaparición misteriosa de 15 GW. La potencia eléctrica siempre estuvo ahí, pero no fue inyectada en la red al funcionar los sistemas de desconexión. El sistema reaccionó protegiéndose, para mantener la integridad del conjunto. 

El motivo principal por el que Red Eléctrica excusa informar de las causas de esta crisis no responde a este escenario macroscópico. El análisis fino de lo ocurrido se ha de efectuar con los registros temporales que dispone el operador, y su escala es la de milisegundos. Saber que algo falló en tal o cual instante no basta: hay que entender por qué, cómo se propagó y qué respuesta se activó. Red Eléctrica ha declarado que dispone de una cantidad ingente de datos (como debe ser), pero que aún no están completamente procesados. Otra cosa es lo que explica el Gobierno y la presidenta de Red Eléctrica, cuyas declaraciones no son las de un alto responsable de una empresa (privada, pero controlada por el Estado), sino las de un sectario político a las órdenes del Gobierno. Lo que ella ha transmitido son las excusas habituales que usted encontrará en cualquier gerifalte de turno. La señora Corredor, ex ministra de Vivienda con Zapatero, y ex compañera de cartel con Pedro Sánchez, ha referido que casi han determinado ya el motivo del apagón, pero aún no lo suficiente como para ofrecer conclusiones; que disponen de una barbaridad de datos sobre lo que ocurrió cada milisegundo, pero que no los han analizado lo bastante como para saber cuál fue la fuente de energía que se desconectó, y que aunque la causa atribuible apunte a las fotovoltaicas, eso tampoco significa que sea así. Porque, oiga, el sistema eléctrico español es estupendo, la política energética es grandiosa y las inversiones del Estado muy atinadas. A Red Eléctrica y al Gobierno no cabe reprocharles nada, mucho menos el apagón total de toda la península ibérica durante dieciséis horas, porque su gestión es perfecta. ¡Oh, perdón! La entendimos mal: quiso decir que la sugestión (por ella y por el indocto y por el resto de lameculos ministriles) es perfecta. Ahí tienen: una inepta al frente de Red Eléctrica cuyas explicaciones son, punto por punto, lo que el paranoico indocto que nos desgobierna ya había explicado sin explicar nada. Incluyendo la desautorización explícita a sus propios directivos, que veinticuatro horas antes habían descartado el ciberataque del que habla el tontuelo de la Moncloa.

Concluyan mis caros lectores con lo que mejor crean, desde luego. Yo solo les diré que resulta mucho más fácil de entender por qué se produjo el apagón eléctrico de aquel lunes que el apagón de las luces de la inteligencia de este Gobierno y sus muchas redes de intereses creados: la maldad, la inepcia, la paranoia y la estupidez de todos los idiotas con cartera y con dirección general (o presidencias de empresas afines) es de tal complejidad en su explicación, que a estas alturas del siglo no hay Papa agustino que lo entienda.

viernes, 2 de mayo de 2025

El apocalipsis comienza siempre en el trasero

Cuando se produjo en España (y Portugal) el apagón de este pasado lunes, recibí una serie de llamadas alertándome de varias noticias: la primera, que en los supermercados empezaba a desaparecer el papel higiénico y el agua; la segunda, que se había declarado una guerra. 

La primera de las llamadas es, justamente, la razón por la que yo pienso que hay mucha gente tonta del culo (nunca mejor dicho). Tiene su lógica que quienes arramblan con todo el papel higiénico lo hagan por falta de agua en los grifos de sus domicilios (lo que también inhabilita la eficiencia del jabón). Algo parecido sucedió cuando se decretó el confinamiento por el Covid-19, si lo recuerdan: hubo gente que empezó a comprar de todo y sin medida alguna, posiblemente presa del pánico de que todo el planeta se encontrara a escasas horas de una infección mundial de zombis, por la que todas las fábricas, redes de abastecimiento y profesionales afines habrían de desaparecer del mapa. Todo, y todos, destruidos inexplicablemente por el maligno virus, salvo ellos, claro está, bien pertrechados en sus casas con kilos y kilos de papel (el culo de Europa, literalmente, bien cubierto), y un arsenal doméstico de arroz, legumbres y lejía, amén de carnes, huevos, pescados y demás alimentos prontamente perecederos. 

De esta clase de tontos está el mundo bien surtido, por desgracia. Son especímenes humanos en posesión de un pensamiento tan básico y superficial como profunda es su incultura y egoísmo: son la élite del sálvese quien pueda. No piensan en los demás, ni siquiera en la posibilidad de que no exista realmente problema alguno, o no tan apocalíptico. Su pensamiento es un remolino básico: acaparo, consumo y sobrevivo. Si acaso se plantean algo más, es si TikTok seguirá funcionando (nunca dejó de funcionar) o si podrán postear su angustia vital con filtros dramáticos en Instagram. Imagino que el lunes, al comprobar que el mundo seguía existiendo sin luz, se llevaron un disgusto enorme cuando las redes de datos comenzaron a fallar una tras otra. La profundidad intelectual de estos nuevos preppers de supermercado es inversamente proporcional al volumen de sus carritos. Queda claro que también desconfían de las autoridades, por mucha calma que éstas pidan y aseguren que no hay ni habrá desabastecimiento puesto que el país, aunque sea de manera renqueante, seguirá funcionando (en verdad, no les culpo por desconfiar del indocto dictadorzuelo que nos gobierna desde el palacio monclovita).

Luego están los alarmistas del conflicto bélico. Gente que, tras percatarse de un apagón en toda la península, llega a la conclusión de que ha comenzado una guerra, tal vez mundial. ¿Quién? ¿Los rusos? ¿Marruecos? ¿Acaso los extraterrestres enfadados por la falta de respeto a sus crop circles? Todo es posible en sus mentes moldeadas por películas malas y noticieros peores. La hipótesis más elaborada que manejan es que el país ha sido bombardeado, pero solo en sus redes eléctricas. Porque, claro, todo ataque serio empieza con fastidiar el frigorífico. El enemigo ha lanzado misiles y bombarderos poderosos contra todas nuestras líneas de distribución de energía sin que los demás países se enterasen de nada y con el Gobierno huido (eso sí fue verdad) para salvarse a sí mismos en algún búnker. Todo lo cual induce a pensar que, de manera similar a los tontos del papel higiénico, esta otra clase de idiotas vive en una ficción donde cualquier cosa sucede siempre que lo crean ellos posible, como por ejemplo que el espacio aéreo sea atravesado por misiles mientras coches, aviones y paisanos siguen con su vida normal, pese a la extrañeza y espanto por el apagón; y también, que por su infantilismo social (y psicológico) no tengan ni repajolera idea de lo que pasa en el mundo y en Europa, donde un país -Ucrania- lleva en guerra (una de verdad) con Rusia desde hace tres años, y sigue teniendo luz y agua -aunque a trompicones, dependiendo de la zona arrasada por el enemigo-. 

Y en este contexto de histeria por parte de algunos, aparece un tercer actor: el Gobierno. Tarda seis horas en decir algo, y cuando lo hace, no informa de nada. Solo pide que no creamos bulos (qué obsesión con ser ellos los transmisores de las verdades eternas). Uno piensa, de inmediato, que si no informan de nada es porque no saben nada aún, y en ese caso uno se pregunta, igualmente, por qué no han arrastrado a la Corredor (sociata, torpe, pésima, montada en el dólar) de las orejas hasta el palacio monclovita para exigir explicaciones, y que por lo menos salga el indocto en la radio a mostrar algo de autoridad. Claro que, visto lo que pasó casi doce horas después, con el tonto mayor del Reino de España de nuevo ante los micrófonos para abroncar a las eléctricas, a las nucleares y a todo el mundo, menos a sí mismo y a la Corredor, por tener al país a oscuras durante un rato ya demasiado largo, uno piensa de inmediato que ni con una catástrofe de tan colosales dimensiones (y descomunal vergüenza ajena) el tipo va a admitir su inutilidad congénita. Y mientras tanto, la gente aplaudiendo al volver la luz, como si hubiéramos sobrevivido colectivamente a la guerra nuclear que los tontos del conflicto bélico pensaban que estaba sucediendo, y bien sentados en las terrazas a cervecear con ese espíritu épico que solo surge tras haberse enfrentado al horror de poner el móvil en modo ahorro de batería, sin conexión a Internet ni al streaming ése donde echan películas (de zombis y de guerras, seguro). 

Téngalo claro: cuando todo falla, no se recurre al sentido común ni a la cooperación. Solo al papel higiénico. Porque si el mundo se va al garete, al menos que te pille sin el culo al aire.