viernes, 24 de enero de 2025

Franco Sánchez (y Sánchez Franco)

Si alguna cualidad hay que reconocerle al indocto PS que nos desgobierna, es su bravura. Por alguna parte he leído un parangón suyo (bien escrito) con un toro de casta que no retrocede ante la pica, por pesado que sea el peto, ni se amilana ante unas banderillas adornadas con los rojigualdos de una España que él quiere enterrar, tal vez porque la detesta (creo que viene en todos los manuales del buen gobierno: un presidente, si es necesario, ha de aborrecer la nación para la que trabaja). PS no teme la franela, ni se inquieta ante el estoque al final del último tercio. Sin embargo, olvida que su destino está sellado: él jamás será indultado (salvo por sí mismo, si a tal cosa se atreviere). Y cuando ello ocurra, tras la faena dejará, por muchos años venideros, el rastro de una reinterpretación grotesca del caudillismo que tanto dice repudiar. Porque, ¿qué otra cosa es PS sino un émulo moderno del régimen franquista que ha resucitado para volver a combatirlo de nuevo? Franco, al menos, no se escondía tras eufemismos. Controlaba la prensa, manejaba los tribunales, interfería en la economía y moldeaba el Estado a su imagen y semejanza. PS, con una audacia digna de estudio en las escuelas de psiquiatría, hace lo mismo, disfrazado de progresismo. Franco tenía el NO-DO, PS tiene un Instituto Nacional de Estadística que maquilla los datos a conveniencia. Franco manipulaba los tribunales, PS utiliza al Tribunal Constitucional como su herramienta personal para blanquear delitos. Franco designaba a sus ministros como simples ejecutores de su voluntad, PS gobierna rodeado de una legión de acólitos cuyo mérito principal es aplaudirle sin titubear. 

Y es aquí donde entra en juego esa legión de seguidores, ministros, asesores y cargos intermedios que no solo justifican, sino que también se encargan de aplaudir cada maniobra y llevarla a buen puerto. Me pregunto por qué lo hacen, cuál es la causa última de su proceder o de su convencimiento. Puede ser que yo sea, en el fondo, un ingenuo. O tal vez suceda que todos esos lambiscones sigan creyendo que PS es muy socialista y muy de izquierdas. ¡Qué risa! Deberían admitir que lo hacen porque les gusta un plato de judías bien servido y porque, con otro indocto cualquiera, jamás hubieran podido sucumbir a los placeres carnales del poder. Al fin y al cabo, ser ministro, director general, asesor o presidente de algo estatal es un privilegio se disfruta con entusiasmo, por mucho que su tiempo en la mesa esté contado. Actúan cual legión política ignorante de que su desempeño tiene fecha de caducidad. Eso sí. Cuando PS caiga —y caerá, porque todos caen más pronto o más tarde—, ellos serán los primeros en renegar de él. No pasarán ni 24 horas antes de que quienes hoy justifican sus asaltos al Estado comiencen a criticarlo con una vehemencia proporcional a la obsecuencia que hoy demuestran. Créanlo. Los mismos que hoy aplauden el control de los medios, la manipulación judicial o la invasión de la empresa privada, mañana se lavarán las manos, alegando que no tenían otra opción porque seguían órdenes y debían permanecer leales (no contemplan dimitir: ninguno de ellos).

Vivimos el ciclo eterno del autoritarismo. PS no sabe que, quien vive de él, acaba siendo víctima del mismo. Lo vimos con los aduladores de Franco, que una vez muerto el dictador se apresuraron a convertirse en demócratas ejemplares. Lo veremos con los acólitos de PFS, que, cuando la espada de la democracia le alcance, renegarán de sus medidas, sus políticas y hasta de su liderazgo, pero no podrán salvarse del naufragio. Porque, al final, FS no es más que un caudillo contemporáneo, un Franco con chaqueta slim fit, que no soporta que haya nada ni nadie por encima de él. Lo vemos en su incomodidad con el Rey, una figura que recibe el cariño popular que él jamás ha conseguido (en puridad, a FS le encantaría tener su propio rey, designado por él, como sucede con el fiscal general del Estado, al que considera cosa propia; más aún, a FS le encantaría ser el Rey). Lo vemos en su cruzada contra la prensa crítica, emulando al Franco que cerraba diarios como el Madrid. Lo vemos en su empeño por controlar la economía, como demuestran sus intervenciones en Indra, Telefónica y su anunciada empresa pública de vivienda, un plagio descarado del modelo franquista de renta antigua.

Mi predicción. SF acabará aislado, rodeado de un círculo de cortesanos que lo abandonarán en cuanto la plaza —es decir, la ciudadanía— se levante en su contra. Porque la bravura, sin juicio ni humildad, no lleva al indulto. Lleva al desolladero. Y allí, en el epílogo de su carrera política, verá cómo los que hoy le adulan se convierten en sus peores críticos, desgarrando con sus palabras el legado de un líder que, en su obsesión por el poder, acabó recordándonos demasiado al General que resucitó porque, de tanto detestarlo, quiso parecerse a él.