viernes, 1 de abril de 2022

Hambrienta Ucrania

Mi abuela materna, para regañarnos cuando éramos chicuelos y nada nos parecía suficiente, recordaba que mucha gente murió cuando “los años del hambre”, una manera de alentar la conformidad de lo que  ella consideraba derroche o abundancia, y que prácticamente lo cubría todo: el pan, el agua, el chocolate de la merienda o el  yogur del postre. Jamás oí justificar a mi abuela aquella hambruna (que pervivió en España durante más de una década) a la sequía, como hacía el franquismo. Más bien a la guerra, incluso cuando la guerra fratricida quedaba ya lejos. 

Ucrania padeció en los años 30 del siglo XX una pavorosa hambruna debido a las requisas de la URSS, que condenaron, sin piedad, a tan detestable forma de morir a unos 3 millones de seres humanos de todas las edades. En los años 20 del siglo XXI, en Mariupol vive gente refugiada en sótanos sin alimentos, medicinas, electricidad o agua corriente. En Chernihiv los rusos dispararon a civiles que hacían cola para comprar pan. Baldomero, no satisfecho con el decurso de la guerra, bombardea la maquinaria agrícola, los campos y silos de cereal, e impide que la población huya de los lugares sitiados (sigo hablando de Ucrania, pero algo similar sucede en Siria, Yemen, Etiopía o Sudán del Sur). Rusia, y quienes enarbolan las despreciables zetas, han olvidado el hambre y sufrimiento padecidos en Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, al parecer.

Empujar al exilio el futuro de Ucrania, representado en sus mujeres y niños, o devastar ciudades y campos, o asesinar civiles de manera indiscriminada, o aniquilar por inanición a los que permanecen, o impedir el acceso de ayuda humanitaria, o embestir contra los corredores humanitarios, no es librar una “operación militar especial”, como dice el lunático de Putin, el mismo que respaldó en 2018, en la ONU, la resolución 2417 donde se afirma que "el uso de la inanición de civiles como método bélico puede constituir un crimen de guerra", aunque ya sabemos todos para qué sirven las Naciones Unidas y su artículo 51. La liturgia putinesca (sinónimo de demencial) hacia la liberación de los prorrusos oprimidos en Ucrania, es otra forma de invocación al evangelio soviético. Quien compara a Baldomero con los zares (casi todo el mundo) parece ignorar que su más vivo retrato es aquel puto georginano de apellido impronunciable conocido como Stalin. 

Dicen que huestes del ejército ruso están desertando ante el horror que les obligan a infligir. Es la única noticia esperanzadora en esta mierda de guerra del vesánico Baldomero.