viernes, 22 de abril de 2022

Primaveral Ucrania

Está la primavera confusa en lo climatológico, lo cual no es impropio, y la guerra difusa, que no debería. Lo de Vietnam se vio en la tele, más caduca que los periódicos, donde enseguida caen las hojas; Ucrania se sigue en YouTube, tan repentino que ni da tiempo a la brotación por primavera. Antaño los diarios venían impresos en sábanas de extensa y variada lectura, y provistos de un poético rumor a freidura que invitaba al ensimismamiento y también a envolver bocadillos. Hogaño lo último es recogerse, mucho menos abrir pan y poner chorizo, que lo vegano mola. Por eso no me gustan las ediciones digitales de los periódicos, donde parece que lo más noticiable son las recetas, la sempiterna última bobada de los famosos, el listado de lo más leído (como si me importase lo que lee o deja de leer el vecino) y las diez no sé qué cosas clave por no sé qué motivos. Tampoco sirven para reburujar la merienda.

La tendencia es cansarse de la guerra. Y mientras, prosiguen las incursiones baldoméricas por las feraces tierras de Ucrania sin que nadie decida aún mover un solo dedo militar: la acción se ha limitado a contemplar desde la distancia el ludibrio ucranio y un envío discreto de armas y dinero, por decir que se hace algo, no vaya el putinesco hombre bajito a hacer estallar la siguiente Guerra Mundial. De este modo puede seguir emulando a Alejandro hasta las Canarias. Lo de las sanciones no sirve, por si no se han dado cuenta: a estas alturas Rusia debería ser algo como Somalia y ahí sigue, con su petróleo, sus mentiras y sus idiotas, empezando por el de arriba y acabando en buenas porciones de la corte milagrera bruselense. Pero qué bien sentó ver los yates rusos amarrados en los puertos de verano. Aquí cada cual se consuela como quiere y especula como le da la gana.

Baldomero tiene la guerra enconada y su solución distante, muy distante. Desaparecida Mariupol, porque esto de derruir ciudades se le da de muerte, ya ocurrió en Chechenia, no sabe qué demonios quiere, si es que quiere alguna cosa de lo que una vez supo que quiso. Pero sí sabe que el reloj no va en su contra, al menos mientras los rusos aguanten sin los burguerquins y feisbucs originales y sepan sobrevivir con sucedáneos mientras se escabullen de la opresión putinesca. Peor lo llevamos nosotros cada mes cuando recibimos la factura de la luz y la cesta de una compra misérrima excede los ciento y pico euros. Ahí radica la crudeza del festín cronométrico que Baldomero se está dando a costa de nuestro sufrimiento.