Primer apunte: la ministra de Educación y su homónima ley, totalmente inútil (la ley), do desprecia la memorística. Legitima que aprender esté en desuso. La alternativa es leer, pero resulta que nadie lee, ni tan siquiera los alcaldes. A eso no obliga. Debido a la desaparición de las enciclopedias, afín a la extinción de los dinosaurios, tras un choque meteórico contra Wikipedia, la Historia se restringirá a 12 capítulos de Netflix, salvo en Cataluña y Euskadi, donde solo emitirán el último. De esa guisa el futuro extenderá el actual analfabetismo funcional por doquiera.
Segundo
apunte: el alcalde balear que deja a Churruca sin calle por franquista. Con sujetos
así la Historia apuntala la ignorancia. Muy pronto dirá que también Isabel la
Católica, Viriato, los ammonites y el bacilo de Koch eran franquistas, y Franco
un dinosaurio a quien la extinción sorprendió en plena siesta, que por eso no
se enteró, como el bicho de Monterroso que se entretuvo viendo pasar el tiempo,
cual puerta de Alcalá (expresión del tardofranquismo del siglo XVIII). De ahí a
que Trafalgar fuese la primera de las derrotas del dictador, y lo de Cuba la
segunda, media un telediario. Ya ha tomado nota la profesora ministra para que
se actualicen los libros de Historia que nadie aprenderá. Solo queda renovar
los Episodios Nacionales de Galdós, otro franquista, de los que ni la primera
entrega tuvo a bien leer el mencionado alcalde.
Tercer
apunte: el ex vicenada, fundador de la democracia española un 15M de 2011, haciendo
desaparecer 65 interminables millones de años de franquismo, incluyendo su variante
de 1978. Este infatigable televidente devino dinosaurio en tiempo récord. Se encuentra
en fase de extinción por adentrarse donde solazaba la casta, para combatirla, y salir
encastado y forrado. Tan súbita conversión anticipa una caída solo parangonable
a la del Imperio Romano, de origen franquista. Pasa sus postreros días políticos encarcelando
ayusos y okupándose de hosties escracheadorum.
Cuarto
y último apunte: nos confinan, pero los guiris siguen llegando. Según ciertas
crónicas, las calles de Madrid están hechas un asco con las vomitonas y millones
de españoles morirán por una ayuso que los incita a venir. La población echa la
culpa a los franceses, como cuando Napoleón, otro franquista, pero no al tiranosaurio
que se mira en el espejo monclovita preguntándose cuán idiotas somos todos que encajamos
mansamente los innumerables tinglados de su patética farsa.