viernes, 26 de febrero de 2021

Un rapero de baja estofa

He concluido que nadie escucha las horrendas canciones de ese rapero al que han metido en la cárcel por tener la mente en estado de consunción (la pudrición es lo que tiene: exhausta mucho). Y si alguien las escucha, es más por el morbillo de sus glosas al piolet en la cabeza, el tiro en la nuca o el coche bomba, que por el ingenio inexistente de su mente creadora. Al rapero no le pasa como a los del reguetón, que se han hecho multimillonarios cantando sobre palizas a mujeres, violaciones, sexismo y homofobia, todo ello adornado con una música estúpida y machacona que hace mover las caderas. Si el rapero hubiera aprendido el arte de hacer bailar a los jueces, estos seguramente le hubieran perdonado todo.

Con esto de la música nos equivocamos mucho. Un célebre tema de Police, catalogado en 1999 como una de las 100 mejores canciones de la historia, no es una historia de amor por una mujer que respira, sino de los celos fanáticos que llevan al narrador a vigilarla constantemente; pocos se dan cuenta, no sé si por no entender bien el inglés o por interpretar que tan hermosa melodía solo puede referirse a un andoba que está en el cielo, desde donde observa a su amada. Yo qué sé. Cuando era niño hacía furor una italiana bien fea, Raffaella Carrà, que cantaba con desparpajo sobre el dolor que infligen las mujeres metidas en un armario. Después los de Boney M. convirtieron a Rasputín en una máquina sexual (tal vez lo fue: chi lo sa) y ni les cuento los delirios estivales de una tal Sabrina que ella sola, con unos cuantos botes, convirtió a las de su sexo en unas pobres infelices y a todos los demás en tontos de remate. Hágase famoso que le consentirán todo y se lo bailarán, además.

Me dirán que rapear sobre tiros en la nuca a políticos es harina de otro costal. Pero la tontería es así: no conoce fronteras ni repara en decencias. Si no me creen, traten de explicarse por qué a causa de un musiquillo con menos talento que un reposabrazos andan todos los salvajes y vándalos del mundo quemando contenedores y saqueando tiendas, el vicepresi y comparsas lamentando que no haya libertad de expresión (esa que denuestan cuando se usa para hablar de ellos), y a medio país fingiendo comprender por qué nos hemos vuelto locos de repente.

El odio se promueve solo cuando encuentra otras almas odiadoras, y por eso su incitación se ha de castigar con la cárcel cuando decide acabar (y no de palabra) con la vida de los odiados (algo que muchos por estos pagos vascongados aún no entienden).