viernes, 19 de febrero de 2021

El charlatán impenitente

Las bobadas que de vez en cuando profiere nuestro vicesedicente son justamente eso: bobadas, producto de su inagotable locuacidad. Tienen mucho de randa, y permítanme, caros lectores, que no apunte al encaje de bolillos de sus declaraciones (lo que denotaría una inteligencia conspicua, de la que carece) sino a la bribonería que encierran. En tiempos, un bribón era alguien acostumbrado a andar a la briba, a la haraganería. En estos tiempos, vale identificar por tal a quien parece esforzarse a todas horas en tareas que no requieren esfuerzo con tal de no realizar esfuerzo alguno en tareas que requieren de mucho. No me irán a decir que el arte de abrir la boca y soltar temeridades es cosa de muchas sudoraciones, porque no se lo compro. Cuando uno trabaja a destajo no tiene tiempo para menudencias, aunque admito que convendría poner en duda esta aseveración: ahí anda el sedicente primero sin proferir palabra alguna ni dar palo al agua, escondido como se encuentra de todo (a veces me pregunto en qué malgasta los días).

Cuando uno no tiene nada que decir y no sabe qué decir tampoco (salvo decir que no se hace nada), lo habitual es alejar esa impresión de indolencia soltando burradas, a cada cual peor. Nada como la polémica. En política las sandeces llevan cosida la ideología al forro, por lo que siempre habrá una gran cantidad de gentes que se admiren de cuán afinado tiene el magín el primo humanista del Quijote. Por supuesto, hay que disponer de talento para atinar siempre con la tontería justa que llegue a estar en boca de todos. Al vicesedicente, un señor que se aburría en su interinidad pozoleña de escraches y pasillos, se le apareció un 15M la Virgen de Hessel mientras contemplaba el atardecer de la Puerta del Sol. Fue entonces cuando vislumbró su destino: aprovecharse de aquellos indignados para constituirse él solito (luego añadió a su chorba) en el más casposo de la casta que decía aborrecer, pero a la que en realidad envidiaba. La historia del cuento ya la conocen y no les aburriré repitiéndola, aparte de que consumiría todo el espacio.

Para mantenerse ahí, sin hacer nunca nada, a contracorriente de todo, fingiendo ser revolucionario y absortando al personal, hay que ser muy listo o, tal vez, que los demás seamos tontos de solemnidad creyéndonos muy sagaces. Es lo que tienen estas democracias nuestras tan mejorables, donde personajes así pueden llegar a lo más alto porque estamos todos tan idos de la olla, que acabamos riéndonos de nosotros mismos y encima nos mola.