Menudo revuelo por el sueldo que cobran un futbolista y otro que hace no sé qué cosas en los vídeos. ¡Qué sueldos ni qué ocho cuartos (con los que empedrar tu calle, no se vayan a romper los zapatos)! Esto de los dineros en exceso es lo que tiene: embrujan por la envidia que producen, remuerden por la injusticia que pregonan y convalecen por la supura que despiertan.
Ya
puede morirse la gente y decir que nada hay más importante que la salud:
mentira. Mi madre nos cantaba de niños aquella canción de tres cosas hay en
la vida que brillan más que el sol (ya estoy mezclando). Había que dar gracias
al cielo por todas, lo cual venía a decir que si te faltaba una, o dos, o las
tres, estabas jodido (con perdón). Cierto que sin salud, el dinero y el amor parecen
inútiles, pero eso son veleidades del espíritu de cuando me siento yo primario.
Ya
pueden editarse libros que hablen de felicidad y cómo alcanzarla, y despreciar
la acumulación de riqueza. Ni siquiera hace falta que sean libros: las redes
son un artefacto autoayúdico de primer orden. Atiborran de fotocitas (fotos con
citas: ingenioso, ¿verdad?) para aleccionar cómo alcanzar la grandeza del alma
y la satisfacción interior con solo mirar un paisaje o un amanecer pronunciando
despacito una frase de esas grandilocuentes que yo pensaba que solo a los niños
podía embelesar mientras siguen siendo inocentes. ¿Usted conoce a un futbolista
infeliz por la millonada que cobra? Pues eso.
En
fin, que ya puede haber ricachones en el mundo y riquezas labradas por emprendedores
cuyas obras al mundo han mejorado y siguen mejorando, como el de la Coca Cola, el
mexicano Slim, el señor del Tesla, el nuestro de Inditex, el del güindos que todo lo ralentiza o (mi
favorito) el del feisbuc que no sirve absolutamente para nada de provecho
(hablo por mí). Y ya puede haber gentes empeñadas en demostrar eso tan obvio de
que el dinero no da la felicidad y solo se necesita en su justa medida por
aquello de un buen pasar. Al final siempre habrá futbolistas a quienes una
varita mágica apuntó en la frente para convertirlos en dioses, y espabilados de
la tontería ajena con su punto de soltura y desparpajo o lo que sea para
hacerle a usted reír y enriquecerse con ello.
Y
mientras, usted siga haciendo su trabajo y que el conspicuo matemático siga
empeñado en demostrar un teorema que nadie más entiende. Nadie sabrá nunca sus
nombres, ni saldrán en los periódicos, pero eso -si lo piensa bien- es algo que
no hay dinero en el mundo que lo pague. Literal.