viernes, 28 de agosto de 2020

Estío agostado

Anuncian descenso de temperaturas, pero aún no acabo de sentir el frío agosteño en el rostro, como dice el refrán. Tal vez en este 2020 debamos referirnos no a la climatología del mes de Augusto, sino a los titulares de prensa. Se le hielan a uno hasta los cancanujos con lo del virus, ese condenado bicho que está propiciando representaciones esperpénticas en la política mundial, y con las restantes noticias: la economía, los okupas, el apego ruso por envenenar adversarios...
Como va acabando el mes, toca pensar en ir recogiendo. Es mejor hacerlo despacio, cada día algo distinto, para que no se note, que las paredes no lo adviertan porque las casas, especialmente las de pueblo, son muy sensibles a los gestos. Es preferible adoptar un ademán sigiloso y silente que preserve la calma y el orden y deshaga la invocación al caos. El final de cada agosto, que no del verano (aún queda, aunque no lo parezca), es un difícil equilibrio entre ambos elementos.
Mi hermano y mi cuñada ya se fueron. Tal vez regresen un día de la próxima semana a comer, solo a comer. Lo entiendo. No es sencillo el desapego a los enseres que pueblan la memoria. Uno siempre quiere retornar a ellos, tanto con la vida como con el pensamiento. Lo realmente curioso es que, de alguna manera, ninguno de nosotros ha percibido que este verano fuese único y distinto por el patógeno planetario. Y extrañamente, en el primer verano de todas las ausencias, este ha resultado mucho más tradicional de lo previsto: ha habido que regar los tomates y calabacines en la huerta; ha habido que recoger las patatas, aunque salieron pocas… y ha habido que suplir los vacíos con alguna sustancia. Y lo hicimos. Aún no sé si se trata de estoicismo o de una simple y repentina cordura.
Las carreteras van trasegando vehículos hacia las ciudades. La España vaciada reniega del ruido estival y aplaude quedarse sola, tan sola e íngrima como su propio destino avanza. En breve regresarán las lluvias y los primeros fríos. En los riachuelos y regatos prosperarán los rebalajes, aún obstaculizados por la estación seca. La tierra abandonada arará las tierras y se preparará para afrontar el invierno como todos los años. Para entonces, en las ciudades, en la tierra que de continuo recibe el éxodo, seguiremos con miedo por el bicho y preguntando qué hace el gobierno para frenar los apocalipsis que se avecinan.
Déjenme que hoy siga pedaleando. No me quedan pocas rutas por transitar. Me he atrevido con todas ellas. Pero aún no a meterme en harina…