Me pregunta Alfonso si me encuentro en las Arribes del Duero,
en mi terruño. Claro, como siempre, le respondo. Los asuntos de las coronas quizá
hayan distraído la reflexividad estival que, todos los años por estas fechas, derramo
en la columna que escribo. También menciona Alfonso que en la nueva foto aparezco
grueso. Y sí, lo estaba en el momento de hacer esa instantánea, la misma que ahora
todos pueden advertir. Le señalo que con ella no me reconocería: durante los
tres meses del confinamiento perdí 15 kilos (acaso otro día les cuente cómo).
Un poco de firmeza resulta provechoso: este año pedaleo por las rigurosas carreteras
de mi tierra con una fuerza y ligereza que me tienen asombrado. Hacía varios
años que no me atrevía con las más encaramadas. Me siento rejuvenecer.
Esta mañana sentí frío cuando salí con la bicicleta. Estos
días de atrás notaba el viento cálido en las piernas nada más empezar a rodar,
pero hoy ha sido distinto: parecía haber hielo en el aire. Cruzando por la
vereda del monte, un zorrillo precioso vino a hozar junto a la calzada, atraído
por el ronroneo de la cadena. Al atravesar los pueblos me he percatado que este
verano acogen a un desusado número de visitantes. No acostumbraba a ver ciertos
gentíos en lugares que parecían anticipar la despoblación. La España vaciada agradece
así al virus los servicios prestados y el miedo a las playas. Pero igual que el
patógeno será doblegado, y no por la inteligencia de los políticos que le han
cogido el gusto a eso de prohibir y multar y amonestar y reconvenir a las
gentes, inequívoca demostración de sentirse superados, este amplio interior de
la piel de toro sí acabará desierto. Entonces no habrá nadie a quien multar.
Pensaba que serían canceladas, pero se anuncian fiestas en
agosto. Son (olé por la audacia) principalmente culturales: teatro y proyecciones
de cine en las plazas, música clásica en las iglesias, verbenas sin baile y ausencia
de vaquillas y encierros, engendros que muchos abominan y muchos disfrutan,
aunque luego los rechacen. Por cierto. La última vez que bailé un pasodoble en mi
pueblo no había defendido aún la tesis doctoral. Y no he vuelto a hacerlo. Soso
que es uno. Tampoco he vuelto a doctorarme. Quien sí lo ha hecho es aquel ex
ministro de defensa alemán que plagió su tesis, dimitió por ello y, hogaño, ha
defendido una nueva, original esta vez, para recuperar el título. Ya ven. En España
esas cosas no preocupan en absoluto. Uno puede llegar incluso a presidir el Consejo
de Ministros.