jueves, 13 de agosto de 2020

Estío recordado

Me pregunta Alfonso si me encuentro en las Arribes del Duero, en mi terruño. Claro, como siempre, le respondo. Los asuntos de las coronas quizá hayan distraído la reflexividad estival que, todos los años por estas fechas, derramo en la columna que escribo. También menciona Alfonso que en la nueva foto aparezco grueso. Y sí, lo estaba en el momento de hacer esa instantánea, la misma que ahora todos pueden advertir. Le señalo que con ella no me reconocería: durante los tres meses del confinamiento perdí 15 kilos (acaso otro día les cuente cómo). Un poco de firmeza resulta provechoso: este año pedaleo por las rigurosas carreteras de mi tierra con una fuerza y ligereza que me tienen asombrado. Hacía varios años que no me atrevía con las más encaramadas. Me siento rejuvenecer.
Esta mañana sentí frío cuando salí con la bicicleta. Estos días de atrás notaba el viento cálido en las piernas nada más empezar a rodar, pero hoy ha sido distinto: parecía haber hielo en el aire. Cruzando por la vereda del monte, un zorrillo precioso vino a hozar junto a la calzada, atraído por el ronroneo de la cadena. Al atravesar los pueblos me he percatado que este verano acogen a un desusado número de visitantes. No acostumbraba a ver ciertos gentíos en lugares que parecían anticipar la despoblación. La España vaciada agradece así al virus los servicios prestados y el miedo a las playas. Pero igual que el patógeno será doblegado, y no por la inteligencia de los políticos que le han cogido el gusto a eso de prohibir y multar y amonestar y reconvenir a las gentes, inequívoca demostración de sentirse superados, este amplio interior de la piel de toro sí acabará desierto. Entonces no habrá nadie a quien multar.
Pensaba que serían canceladas, pero se anuncian fiestas en agosto. Son (olé por la audacia) principalmente culturales: teatro y proyecciones de cine en las plazas, música clásica en las iglesias, verbenas sin baile y ausencia de vaquillas y encierros, engendros que muchos abominan y muchos disfrutan, aunque luego los rechacen. Por cierto. La última vez que bailé un pasodoble en mi pueblo no había defendido aún la tesis doctoral. Y no he vuelto a hacerlo. Soso que es uno. Tampoco he vuelto a doctorarme. Quien sí lo ha hecho es aquel ex ministro de defensa alemán que plagió su tesis, dimitió por ello y, hogaño, ha defendido una nueva, original esta vez, para recuperar el título. Ya ven. En España esas cosas no preocupan en absoluto. Uno puede llegar incluso a presidir el Consejo de Ministros.