Es a una cazafortunas a quien los fiscales suizos investigan,
por muy princesa que ella se llame en lugar de comisionista o querida. El
sustantivo es lo de menos: todos parecen apropiados. De sus fauces han brotado revelaciones,
pero no ante un juez sino ante la grabadora del comisario que está en todos los
líos y a quien todos han recurrido en este país para los más variopintos
asuntos. Este señor causa más revuelos que la indigencia intelectual del
Gobierno y en este extraño verano de 2020 ha hecho saltar las más altas
costuras de la nación.
A Juan Carlos de Borbón le llueven palos por todas partes y
apenas nadie ha alzado la voz para contrarrestar las acusaciones. Su pecado es
la arrogante falta de ejemplaridad con que ha desenvuelto su vida privada, que
no la pública, cosa que se olvida. El gusto por las faldas y el dinero suele
producir pesadillas aciagas en los varones que dejan de saber resolver la
ecuación que combina ambas. Siempre llegan por el maldito parné, no por la perdida
prestancia, alguna vez exhibida. Un “venerable” anciano de 80 años, con
dificultad para moverse, aunque sea Rey, solo puede aspirar con el tiempo al olvido
plácido de las faldas, por muchos proboscidios que haya cazado en su compañía. Y
hay que urdirlo con audacia o luego pasa lo que está pasando.
Muy pocos han reclamado prudencia a los sucesores de Marat.
Felipe González y poco más. Nadie, desde luego, en este Gobierno de jacobinos que
manifestó inquietud y preocupación por un asunto que siempre debió ser menor y
tratado con discreción. Al final parece que tienen a Felipe VI donde querían,
plegado a una sociedad que vocifera con indignación de chusma republicana, olvidando
que un Estado constitucional no puede tambalearse, cosido a navajazos, solo
porque a una cualquiera con secretos de alcoba le hayan puesto un micro delante.
Esto de la vida privada es cosa que nadie respeta desde que
las televisiones descubrieron la zafiedad del ciudadano de a pie. Es cierto que
Juan Carlos de Borbón ha cometido errores, uno tras otro, hasta quedarse solo,
como ahora se encuentra. Como cierto es que, en un mundo de redes sobreactuadas,
con millones de idiotas exhibiendo su incultura con memes constantes, no hay
lugar para comportamientos impropios de soberanos, por privados que sean. Le
juzgan ya la desmemoria, las verdades falsas y el desagradecimiento atroz, no
la justicia, en quien ha de recaer, si toca, el correctivo, si es que Juan
Carlos de Borbón ha faltado a sus deberes con el fisco.