viernes, 21 de agosto de 2020

Estío mediado

Este pedalear mío por los campos charros que bordean al Duero porta remembranzas de otros veranos, tiempo atrás, cuando solo menudeaban los carros y los remolques, repletos de manojos y paja. La festividad de agosto se celebraba con júbilo por la obligación eclesial de suspender las tareas de la recolección. Cuando éramos jóvenes deseábamos con fervor que acabase o se detuviese la cosecha para coger las bicicletas y salir hasta donde quisiéramos, sin reparar en kilómetros ni en vueltas escarpadas del camino, solo en llegar a cuanto se hallaba en derredor y que deslumbraba por su belleza ignota, de la que sabíamos porque nos lo contaban, como una reliquia o un tesoro oculto. Aquello sucedió mucho antes de que los Arribes fuese un destino para el turismo y un barquito para navegar entre peñascos. Por eso, mucho antes de que los vestigios quedasen desenterrados, solo del agrado para quienes viajar significa descubrir lo publicitado, las dos ruedas simbolizaban lo más sacro de la liturgia estival en un territorio atrapado en el pasado.
Mientras recorro las renovadas carreteras, no empleo el tiempo con cavilación alguna sobre los asuntos que vienen ocupando las aburridas portadas de la tediosa prensa de agosto. Todo eso del monarca viejo, de la portavocía del primer partido opositor o de los jarabes a quienes llegaron para forrarse al grito de conquistar los cielos, son menudencias de las que ya me volveré a ocupar, acaso, en un par de semanas. Ahora me preocupan lo malas que han salido este año las patatas (escasas y contritas), la tardanza en madurar de los tomates y los pocos zorrillos (íngrimos) que avisto en los extensos campos donde pace el ganado. El viento ha cambiado, sopla mucho más fresco desde hace días, y arrastra lluvias vespertinas que reflorecen las sandieras, que así es como llaman en este terruño al tallo de las aguanosas cucurbitáceas. Ya no está mi madre, quien dejó de cumplir años, y esta es afectación que produce lastimosa añoranza y por eso las mañanas, todas ellas, por mucho que se madrugue, son silenciosas. A veces discuto con mi hermano por el modo de llevar la casa, aunque acabo imponiendo mi criterio, pues a él, en realidad, le basta con esperar a que me vaya. Eso sí: quien sigue disfrutando del terruño como si tal cosa es Queco, y acaso por ese motivo soy casi igual de feliz que siempre.
Ya medió agosto. Lo tenemos prácticamente terciado. Las noticias no cesan. Allá usted si por ellas aún arrastra miedos estivos: yo pienso seguir pedaleando.