Este pedalear mío por los campos charros que bordean al
Duero porta remembranzas de otros veranos, tiempo atrás, cuando solo menudeaban
los carros y los remolques, repletos de manojos y paja. La festividad de agosto
se celebraba con júbilo por la obligación eclesial de suspender las tareas de
la recolección. Cuando éramos jóvenes deseábamos con fervor que acabase o se
detuviese la cosecha para coger las bicicletas y salir hasta donde quisiéramos,
sin reparar en kilómetros ni en vueltas escarpadas del camino, solo en llegar a
cuanto se hallaba en derredor y que deslumbraba por su belleza ignota, de la
que sabíamos porque nos lo contaban, como una reliquia o un tesoro oculto. Aquello
sucedió mucho antes de que los Arribes fuese un destino para el turismo y un barquito
para navegar entre peñascos. Por eso, mucho antes de que los vestigios quedasen
desenterrados, solo del agrado para quienes viajar significa descubrir lo
publicitado, las dos ruedas simbolizaban lo más sacro de la liturgia estival en
un territorio atrapado en el pasado.
Mientras recorro las renovadas carreteras, no empleo el
tiempo con cavilación alguna sobre los asuntos que vienen ocupando las
aburridas portadas de la tediosa prensa de agosto. Todo eso del monarca viejo,
de la portavocía del primer partido opositor o de los jarabes a quienes
llegaron para forrarse al grito de conquistar los cielos, son menudencias de
las que ya me volveré a ocupar, acaso, en un par de semanas. Ahora me preocupan
lo malas que han salido este año las patatas (escasas y contritas), la tardanza
en madurar de los tomates y los pocos zorrillos (íngrimos) que avisto en los
extensos campos donde pace el ganado. El viento ha cambiado, sopla mucho más
fresco desde hace días, y arrastra lluvias vespertinas que reflorecen las
sandieras, que así es como llaman en este terruño al tallo de las aguanosas
cucurbitáceas. Ya no está mi madre, quien dejó de cumplir años, y esta es
afectación que produce lastimosa añoranza y por eso las mañanas, todas ellas, por
mucho que se madrugue, son silenciosas. A veces discuto con mi hermano por el
modo de llevar la casa, aunque acabo imponiendo mi criterio, pues a él, en
realidad, le basta con esperar a que me vaya. Eso sí: quien sigue disfrutando
del terruño como si tal cosa es Queco, y acaso por ese motivo soy casi igual de
feliz que siempre.
Ya medió agosto. Lo tenemos prácticamente terciado. Las
noticias no cesan. Allá usted si por ellas aún arrastra miedos estivos: yo
pienso seguir pedaleando.