Embebida
en suave progresía, la piel de toro irrumpe en un despertar de cánticos
almibarados, textualizados con palabras que repican arte y diálogo en sus
campanadas laicas del mediodía. Las conciencias han tomado posesión de su
terruño rosáceo donde solo rinden cuentas los talantes y discursos, no las
imprecaciones ni los estigmas desabridos. Y finalmente, casi eufóricos, los
mercados (temible enemigo) alzaron sus copas para brindar por el albor de la
surgencia brotada entre las razones que permanecían pasivas.
Qué
aburrida es la política. Y qué rápidamente pasó la campaña ante mis ojos por no
prestarle atención alguna. Para qué. De cualquier manera, iba a ser como un
tiro descerrajado en el pie, lo mismo daba el izquierdo que el derecho. La democracia
televisiva, que dirime sus razones en tertulias y espectáculos, porque
realmente no hay más (triste lamento), ha aportado poco, muy poco, en esta
ocasión. Competían los competidores, pero eran demasiadas las facciones en cada
ribera, y eso no hay D’Hont que lo resista. Dos en una, tres en la otra. Por
eso el vencedor venció con menos votos que su antecesor en las generales de
2011 (don Alfredo, ¿le recuerdan?), cuando este perdió contra la traca
pontevedresa que venía mojada de fábrica. Ya ven: entonces se pierde, ahora se
gana. Son tiempos de rebajas, que decía el otro…
De
los que no ganaron poco diré. Supe que algo iba muy torcido para alguno asaz
bisoño cuando mi madre, votante fidedigno de las gaviotas, afirmó esta pasada
Pascua que pensaba apoyar a los que muchos tildan de apestados. Se avecinaba no
una tormenta: una hecatombe. Si ha de existir una regeneración en esa
vertiente, habrá de ser mucho más profunda que las borrascas del Atlántico. Y
los restantes, dos en total, que dejaron de ser nuevos y frescos y ya se venden
en los congelados, como los demás, seguirán en oferta: el uno al rebufo del que
ha ganado, cosa ya por él anticipada, y el otro seguramente frotándose las
manos porque, a su diestra, empieza a no haber sino unos exaltados y en medio la
nada.
Bebamos, entonces, por los tiempos que se avecinan,
por esta nueva era de pacifismo reformador, por el veganismo y la misandria,
por el multiculturalismo y las consonantes en mayúscula. Los que opinamos
dispondremos de un nuevo match y eso hay
que celebrarlo. Ya lo dijo Escalígero: “Beati
Hispani quibus bibere vivere est”. Total, nos hablan como si estuviésemos
siempre ebrios: cumplamos su voluntad.