lunes, 31 de diciembre de 2018

Adolescencia agresiva

Mientras conduzco, voy escuchando las noticias que desgrana uno de los canales minoritarios de la radio pública, minutos antes de que decida cambiar a Radio Clásica. La periodista, que lee con soltura profesional el resumen de prensa, desvela que en algunas comunidades, las agresiones juveniles de hombres a mujeres lejos de disminuir, han aumentado. Insertan entonces un corte de la entrevista a la consejera autonómica, quien, al ser preguntada, se limita a calificar la noticia de alarmante y a realizar el consabido llamamiento a la educación y -por supuesto- la democracia. 

Recuerdo un estudio que me interesó bastante hace unos años, donde se establecía que el comportamiento adolescente no es irresponsable y emocionalmente inestable porque el cerebro sea inmaduro, sino a consecuencia de las influencias sociales y relacionales. En las sociedades preindustriales, y cabría añadir sin prejuicios nuestra propia sociedad de la posguerra como ejemplo, los adolescentes son forzosamente adultos competentes en desarrollo y no una extensión artificial de la niñez, con obligaciones y responsabilidades adultas, ante las que se comportan con mayor madurez incluso que la de los adultos que los guían. 

Todo este tinglado actual de la búsqueda hedónica de la felicidad y el confort, como si no hubiese más emociones en el alma, reflejada en la sobreprotección y la infantilización (como el ansia de conceder a los hijos cualquier cosa que no acarree sensaciones negativas), no construye adultos, sino seres que antes o después chocan contra sus propias ilusiones en el amor, el trabajo o la amistad, los lugares que esperan a ese niño que va creciendo. Y del choque surge la agresividad, que no es sino un mecanismo de defensa de la exigua autonomía e independencia que poseen. Mal gestionada, y esto sucede cuando no aceptamos el reto de tratarlos como adultos sino como entes caprichosos, la violencia deviene conducta. 

No, no creo que sea una cuestión de educación o democracia (qué lugares tan comunes). Es más bien de cómo estamos construyendo la sociedad. Endeble, frágil, hedónica, complaciente, en la que los adultos negamos ofrecer a los hijos responsabilidades adultas, alimentando con ello -acaso inconscientemente- su desilusión y frustración, que ellos canalizarán a los grandes epítomes: dañar su cuerpo, renegar de los estudios, elegir amistades inapropiadas y desarrollar su agresividad. 

Les espero a la vuelta del nuevo año. Feliz 2019.