Produciría
regocijo revisar la prensa que fue publicada mientras mis pasos discurrían por
Perú y observar que, en efecto, la medianía política que uno se molesta en
criticar sigue en el punto en que se dejó, si no fuera porque más que causar
risa, causa estupor, indignación y sonrojo.
Por
ejemplo, que nuestro Presidente haya respondido a las críticas de la OCDE y la UE
con meros anuncios y promesas, cosas que no significan nada (salvo que se
lleven a cabo), toda vez que su Gobierno no parece desempeñar más función que
cumplir con lo pactado económicamente por el anterior gabinete.
También
que se haya destituido (por interpósita persona) al jefe del departamento penal
de la Abogacía del Estado por un quítame esa rebelión y ponme esta sedición,
vulnerando el principio de independencia de la Administración Pública y sin que
haya causado irritación la explicación gubernamental de falta de confianza en
el subordinado (que no quiso firmar un documento no redactado ni por él ni por los
técnicos de su departamento, todos contrarios a las órdenes monclovitas). Es
cierto que lo de Cataluña es sonrojo sistémico, más aún desde que el Presidente
necesita de sus votos para seguir donde está. Supongo que si los llamo rebeldes
(o golpistas, o como quieran), muchos me tildarán de fascista, término con el
que nuestros prebostes de la política comienzan a jugar divertidos a la
crispación, parangonando con ello lo que sucede diariamente en los
conciliábulos de la fallida república catalana, sita en Lledoners. Aunque lo
mismo me tachan de ser de Vox, ahora que ya van por cuatrocientos mil votos en
Andalucía y mayoría en El Ejido (léase: inmigración). Vaya usted a saber
cuántos más saldrán del armario en mayo. Cuando Vox no era nada, no había
extrema derecha ni en la acera ni en la habitación de al lado. Y ahora sí. Otro
sonrojo.
El
último lo ha causado la crudeza de las críticas al Rey Emérito por saludar al príncipe
Heredero saudí (el del asunto de Kashoggi) durante el Mundial de Fórmula 1 en
Abu Dhabi. La dictadura de lo políticamente correcto es tan cerril que obliga a
infringir las más elementales reglas del protocolo y a olvidar algo tan
básico como que nuestros altos dignatarios, cuando están de visita, no saludan
a los individuos (sean o no amiguetes), sino a los pueblos que representan, y
que en nada son culpables de sus desmanes. Tanto en Arabia como en esta piel de
toro…
40
años de Constitución para esto. Ver para creer.