viernes, 14 de diciembre de 2018

Rastrojo de Adviento


Como “sujirió” el poeta Mantecón, no hay en los dioses mayor sustancia que la habida en uno mismo. Vientos como pájaros, pájaros como flores, flores como almas, almas como dioses. Los buscábamos fuera de nosotros y resulta que nosotros somos los dioses, en aristotélica potencia, cada vez más próximos a la omnisciencia, cada vez más ubicuos (latente en la suicida aventura marciana). El error de creer que existe un solo dios queda probado de forma antrópica, relegando la moral y el mesianismo a cotas inaccesibles. Pese a ello, me sigue agradando la Navidad, que ya pronto celebraremos. Todo esto pienso mirando el calendario. Este año he olvidado el Adviento. Me reprochan que ya no cito latinajos…
Mientras afuera sigue lloviendo un frío nostálgico, contemplo mis pobres plantas ansiosas de volver a ser ellas, sensuales y voluptuosas. Quieren verdear y florear, como yo mismo (de otra manera) espero entre estas tinieblas absurdas del mediodía. Atisbo malhumorado por la ventana y me dirijo a la cocina. Por ser el ambiente propicio, me afano en colocar una cebolla entera y varias cabezas de ajo en el puchero de las alubias, puesto a cocer. Dicen que me quedan espectaculares: será por la sencillez que supone prepararlas. Cuando el peque llegue a casa disfrutará de su plato favorito, con permiso de la rafinosa, y se obrará otro pequeño milagro. A veces el paraíso, el Edén, es una comida bien sazonada: no sé quién dijo que no hay alegría con la panza vacía. Como casi es invierno no necesitamos la delectación de las flores, solo el glorioso apetito blanco del estómago.
Qué luz benigna para la vida y su eternidad sería este gris plomizo exterior, sin soles que inviten a destacar, fuente de quebraderos de cabeza… El frío refleja la lobreguez en que vivimos, cada vez menos absortos, lo público: la descomposición política, la insolente repugnancia independentista, la corrupción que lo hedionda todo, la estrepitosa vaciedad del Estado, la sociedad acomplejada por la tiranía de la corrección… Nuestro país es un seco árbol de invierno. Nos hemos tragado el cuento de la juventud eterna, con verde, oro y grana, sin advertir que somos cada vez más viejos y más necios.
Qué hartazgo espantoso. Prefiero volver al frío cabrón y a reírme de tanta mediocridad como desfila ante nuestros ojos. O a echar un buen trago reparador. Pero, ¡diablos!, ¿dónde encontraré un bar sin WiFi que obligue a hablarnos unos a otros como en 1995? Está todo perdido…