De
repente, en el país sin fronteras, en el país de las redes, y no de pesca,
encuentro una palabra extraña, desconocida: sapiofilia. Atracción por la
inteligencia. Si busco un poco más en Internet descubro páginas repletas de tópicos y
de elementos dizque diferenciadores: siempre lo mismo, el erotismo es más poderoso cuando hay inteligencia de por medio. ¿Necesitábamos este concepto (“de nuevo cuño”, dicen algunos),
realmente? ¿Tanto se ha vulgarizado el comportamiento humano que de repente es
necesario orientar la existencia de las relaciones humanas justo por aquello
que supuestamente somos? Supongo que la respuesta es que sí. Y mucho.
Una
sociedad que arrincona en los planes de estudio a Platón, Descartes o Nietzsche
no es una sociedad inteligente. Tampoco lo es una sociedad que, al redoble de
la pregunta “para qué es útil”, decide desterrar el latín o la filosofía, u
orientar las materias restantes a la más básica (mínima) adquisición de
conocimientos. De momento no he encontrado evidencias de que la utilidad en
edad escolar haya servido para rectificar las altas tasas de paro o la falta de
competitividad de las empresas, pero en esto de las estadísticas hay para todos
los gustos. Salvo esta: siete leyes educativas en más de tres décadas verifican
el rechazo al espíritu crítico. Eso sí: cuando tiempo más tarde adviene una
palabra tribal, contraria a la tendencia mayoritaria, muchos creen recuperar el
sentido de la existencia.
Educamos
en la ciudadanía sin nombrar la primera actitud ciudadana ejemplar que se
conoce: la de Sócrates. Hablamos de Europa con orgullo desoyendo sus raíces: la
filosofía griega, el derecho romano, la ética judeocristiana. ¿Y pretendemos
dar vivas a la inteligencia? Lo que hacemos es defenestrarla, arrasar su
mandato, confiarlo todo a la tecnología que importamos de fuera, arrasar sus
cimientos porque no son útiles o simplemente no son atractivos. Dirán ustedes,
con razón, que las ciencias y los conocimientos aplicados también requieren de
inteligencia. Pero desterrar los fundamentos de nuestra existencia, o de lo que
hemos sido, o de donde provenimos, no es una manera “inteligente” de construir
una sociedad. Pero claro, hace décadas que también hemos desterrado voluntaria e
inconscientemente a nuestros mayores, la mayor fuente de conocimiento (un
aciano puede no tener dientes, pero sí tiene palabras, reza un proverbio zulú).
Estos días vean ustedes el fútbol y disfruten. Ya
saben que no soy forofo, pero no les niego la pasión.