viernes, 8 de junio de 2018

Rendir la nave

Lo dije hace seis años, por estas fechas: España no es país para un viejo (han transcurrido seis años, que se dice pronto). Un viejo que estaba aferrado al poder, sin más empeño que el de la durabilidad, sin otra ideología que la de dejar hacer y no hacer nada, sin otro cometido que convertir la holganza en praxis, sin más equipo que un hartazgo de pelotas y tecnócratas, sin más realidad que la de vivir encerrado en un palacio leyendo la prensa deportiva… y resulta que tampoco ha querido o sabido defender lo único que sí estaba a su alcance, de él y de los suyos: el poder. 

Yo no lo entiendo. Y quien lo haga, que me explique. Tender una alfombra roja, un puente de plata, al adversario que se desprecia, para que forme Gobierno y quedar desalojado del poder, obligando a todos los acólitos a abandonar sus suculentos destinos… eso solo lo hace un cobarde, un ignorante o un idiota. Un capitán corajudo jamás abandona la nave: la defiende hasta la última gota de sangre. Interpone impedimentos, levanta parapetos, obstruye de todas las maneras el avance del enemigo, aunque este sea una coalición unánime al asedio y derribo de la poltrona. Optar por el exilio en un bar para dar cuenta de varias botellas de güisqui en lugar de encabezar corajudamente la resistencia, es simplemente patético. ¿Y este viejo es quien ha presidido este país los últimos seis años y pico? 

No es carecer de honor. Es no tener ni puta idea de lo que se avecina: el más colosal e inmenso desastre que se ha de recordar en mucho tiempo. Y si el partido que aún encabeza no es una inmensa hoguera donde arden tanto esperanzas como desconsuelos, es por aquello que comentaba la semana pasada: las democracias las dirigen implacables dictaduras (los partidos) soportadas por estólidos y esclavos, y estos se aferran a cualquier cosa con tal de no perder la esperanza de pillar cacho. 

Tanto poder, para nada. Su nave yace ahora sumergida en el fondo de un océano gris. Y enfrente, capitaneando con indisimulada satisfacción, queriendo demostrar que la gobernanza no tiene por qué hacerse tan rematadamente mal (falta por ver si lo demuestra, que los días de las sonrisas y las cámaras pasan pronto), erigido en el estandarte de una coalición de enemigos variopintos que no dudaron un instante en salvar sus diferencias con tal de desalojar al viejo cobarde de la nao errática… enfrente hay ahora un líder de quien no se conoce más desempeño que el de su afán por perdurar. 

Triste país.