viernes, 1 de junio de 2018

Schmitt y la democracia

Carl Schmitt era contrario al liberalismo. Hoy se le reprueba por su afiliación nazi, su defensa del totalitarismo y la durísima crítica al parlamentarismo. Todo ello nos parece reprobable, pero hoy más que nunca los partidos deciden a puerta cerrada los destinos de las personas y someten a férrea disciplina a sus diputados, incapacitándoles para representar la voluntad de quienes los han elegido. En el estrado se dice una cosa (que la gente escucha) y en los despachos se pacta otra (que nadie salvo ellos conoce).

Schmitt criticaba al liberalismo por buscar la neutralización del Estado y proteger las libertades capitalistas. El Estado, como forma de organizarse la sociedad, convierte en problemas estatales los problemas sociales y económicos. En paralelo, los partidos que tratan de gobernarlo buscan acompañar al ciudadano desde la cuna hasta su sepultura, y unos y otros pugnan por politizar la vida de la gente por completo, convirtiendo con ello la política en parcelas. Por eso los partidos dividen a la sociedad. Esto también nos suena…

Para Schmitt la igualdad de los individuos consiste en pertenecer a una nación determinada, en alcanzar la homogeneidad nacional, eliminando o alejando aquello que es heterogéneo. Esta homogeneidad acaba por identificar a gobernantes y gobernados. Desde esta perspectiva, el contrato social de Rousseau, la verdadera democracia, existe cuando el pueblo ha devenido tan homogéneo que es esencialmente unánime. Por ello el pueblo no necesita manifestarse salvo en muy contadas ocasiones y siempre respondiendo a las cuestiones planteadas con un sí o un no. El referéndum plebiscitario es su natural forma de expresión.

Para Schmitt, el “no nos representan” (no nos pueden representar) implica que la expresión directa de la voluntad popular no es otra que la aclamación, el grito de la multitud que se encuentra reunida. El pueblo, portador del poder supremo, es incapaz de autogobernarse. La voluntad democrática se asocia a un individuo o una minoría que plantea al pueblo lo que este necesita y la política solo es útil cuando se distingue a los amigos del pueblo de sus enemigos.

En fin. Parlamentos vacíos de contenido. Partidos como máquinas repartidoras de poder. La inexistente división de poderes. La identidad nacional. El pueblo convertido en aclamador del líder… ¿No creen que todo aquello que acuñó el fantasma totalitario del siglo XX se encuentra larvado en nuestra propia noción de democracia?