viernes, 22 de junio de 2018

Berlín sin historia

Hasta ahora había conocido Berlín en invierno. Desconocía la calidez de la capital de la Historia reciente cuando los días son largos y sensuales. También su bullicio y frenetismo social. Parece como si el calor estival adormeciese las atrocidades de las que fueron testigos los ciudadanos de esta infrecuente ciudad.
Por todas partes se vende trozos de muro, el Muro que delineó la Guerra Fría. Pero la sombra de Hitler lo anega todo, al menos para mí. Y no solo por las exposiciones que recuerdan los horrores que contemplaron aquellas calles y edificios ya inexistentes, no obstante muy presentes. La ciudad habla por las esquinas, aunque el viajero contempla que cada vez las personas quieren escuchar menos (tanta opresión produce reconocer que ha sucedido una historia reciente tan aterradora como próxima), o tal es la impresión que me causa una muchedumbre ensoberbecida por fotografiarlo todo para mostrar que recorrer el mundo es guay: ¡cuántos mundos encierra este planeta y no nos permitimos descubrirlos!
El Muro de Berlín es uno de ellos. El Monumento al Holocausto, otro. Dos mundos que se sucedieron el uno al otro, como si de los horrores el único legado posible fuese el propio horror. Hoy las gentes esperan turno para fotografiarse junto al mural del beso de Breznev y Honecker. O para aguardar al guía que les conduzca por el campo de concentración de Sachsenhause (qué equivocado empeño el alemán con querer suavizar el horror de las SS reconstruyendo sus horrores para hacerlos parecer más brillantes o interponiendo monumentos y capillas: el horror sin contemplaciones, como en Auschwitz, es la verdadera máquina del tiempo para la psique del visitante).
Me ha sorprendido la educación y civismo que manifiesta Berlín en sus calles céntricas e históricas, en contraposición con la suciedad y vandalismo de las zonas arrabaleras. Será que el frío oculta la basura y recoge a los personajes variopintos que vagan por tan multicultural ciudad, pero la sensación es desagradable: uno desea regresar de inmediato al centro, a la catedral moderna, a la isla de los museos y al orden y cuidados metódicamente germanos. Las culturas y tribus expulsan sigilosa y pacíficamente a quien no se adhiere, lo cual no deja de evidenciar una cierta decadencia del orden social.
Creo que en Berlín se comenzó a escribir una nueva Historia. Y no llegaremos a conocerla. Muy pronto la Historia vieja quedará como una reliquia en cierta manera incomprensible.