viernes, 10 de agosto de 2012

Un tal Mario

Con qué sonoridad, apacible y susurrante, voy viviendo las urgencias imposibles del verano, esas que un par de semanas atrás descoyuntaban con gritos lacerantes y amagos de infarto mercantil y financiero. Ahora mismo, amodorrado por este calor de agosto y el soleamiento de las chicharras en los campos, todo aquello me parece tan lejano y pretérito que mentira parece que nos esté asolando desde la más inmediata esquina. Ni siquiera los fuegos de artificio de unos juegos que no atiendo, o la escenificación falaz de lo ubérrimo mediante el decorado paupérrimo de nuestra tecnología (y estoy hablando de Marte), disipan mi desidia estival.

Aun con todo, alguna de las más postreras enseñanzas de este terror económico que nos asola sí que circunda los trayectos de mi pensamiento. Por ejemplo la del tal Draghi, ese Mario que últimamente no sé muy bien qué es lo que representa. Dejó absortos a todos con su sermón de las siete palabras (“and believe me, it will be enough”), y ante los ojos atentos de medio planeta (el otro medio se muere de hambre y poco le importan nuestras cuitas), reprodujo circunspecto su inmolación, su defunción profesional, la definitiva. Un tal Mario, cobarde, dependiente, zozobrante en su barquichuela agujereada frente a la colosal nao germánica, murió ese día sin saber que la resurrección le está negada.

Tras ese Mario se esconden muchas otras injusticias. Porque tal es el nombre que hemos de escoger para definir la actitud de quienes, desde el poder, desde el dinero, desoyen el sufrimiento de los pueblos y nos hacen responsables y paganos de las negligencias de quienes nos rigen o han regido, con poder, aun sin dinero. El tal Mario y todo el Bundesbank tras él, desprecian continuamente a los hombres y mujeres que padecemos estas mutilaciones financieras que ellos han propugnado, conocedores como son de que por esta Europa indolente y vieja no se extiende marea humana alguna capaz de acabar con ellos, ni siquiera con quienes han sido responsables directos de este imperio del dinero malgastado, de la política inane, del colapso histórico: todo es la misma inutilidad y en ella terminaremos devorados.

Un tal Mario pudo haber labrado otro camino. Pero no lo hizo. De este cuento del palo y la zanahoria, está claro que los de a pie nos vamos a llevar todas las hostias y los de las poltronas todas las zanahorias: lo cruel es que incluso éstas se las pagamos nosotros con la sangre que vertimos tras cada golpe.