jueves, 23 de agosto de 2012

Ryanair

Nunca vuelo con Ryanair. Entonces, ¿por qué quiero escribir sobre esta peculiar aerolínea?, se preguntará usted, lector. Mis razones no pasan por los tres aviones que acabaron aterrizando hace poco en Valencia por falta de combustible. Eso, en todo caso, debería ser la razón para que no volviese a volar con esta compañía ninguno de los viajeros metidos en la panza de los artefactos renqueantes que tomaron tierra donde el Turia. Yo, si nunca vuelo con Ryanair, es por otro motivo.

Siempre sospecho de las cosas caras que algunos venden baratas. Volar siempre ha sido más caro que tomar un autobús, se mire como se mire. Y Ryanair permite a cualquier ciudadano alcanzar las antípodas con un billete de cinco euros. A cambio, la experiencia aérea está plagada de carísimas sorpresas y maltrato continuo al pasajero, a quien estas cualidades tercermundistas parecen traerle completamente sin cuidado. La misma persona que no se fía de una lubina a tres euros se mete sin complejos en las cabinas de Ryanair porque cree ser más espabilado que quien desconfía de volar a Bruselas casi gratis, sabedor de que en algún asiento viaja algún tonto que se ha olvidado la tarjeta de embarque en casa y acaba pagando los billetes súper baratos.

No me agrada el lujo a la hora de viajar. Pero sí me gusta que me traten bien, que se atiendan mis demandas y, sobre todo, sentir confianza en cada uno de los detalles que acompañan a un viaje. No soporto la mala baba ni la prepotencia de quienes creen estar haciendo un favor al pasajero, mucho menos las estrategias de precios económicos basadas en reducción de costes, adopción de riesgos y engañar al cliente con letra muy pequeña.

Ryanair tiene éxito porque sus aviones van siempre llenos y otras empresas, en cambio, quiebran. El irlandés que fundó esta compañía es muy listo, se maneja muy bien con las subvenciones regionales en aeropuertos fantasmagóricos, y confía en sus tejemanejes con Dublín a la hora de resolver cualquier problema que se le presente. Un gachó que te clava sesenta euros por olvidarte un papel impreso no necesita disimular ni mentir. Le basta con seguir adelante, derivar a otro lado los problemas de seguridad y seguir atrapando viajeros con su mesa de trilero.

En este país, en esta Europa, los problemas sobrevienen solo de una manera: cuando los aviones se caen del cielo. Entonces será demasiado tarde, y seguramente enmascaren como accidente lo que no es sino pura y elemental pillería.