viernes, 2 de marzo de 2012

Cuatro horas y media

Es lo que se tarda en volar a El Cairo. Con media hora más, sería el tiempo que dispuso Carmen Sotillo para sincerarse ante su difunto marido. Con media hora menos, el escalofriante periplo de Jean Genet por la masacre de palestinos del 82. Pero no me estoy refiriendo a viajes, obras de literatura o capítulos horrendos de la crueldad humana. Esas cuatro horas y media dicen que son las que pasa usted, en promedio, viendo la tele cada día.
Yo no las paso. Y lo digo todo corajudo. Hace años que no veo un solo minuto de televisión, y así va a seguir siendo. Conozco a alguien que se sienta nueve horas frente a la pantalla: entre él y yo tenemos la estadística. Cuente usted, lector, las suyas y busque su contrapunto: alguien tiene que ser. Es la ventaja de hacer promedios con millones de habitantes: siempre hay un roto para un descosido. ¿Lo encontró? Ya tenemos mesa para mus.
Ahora, lector, responda a estas preguntas: ¿qué le causa tanta afición? ¿Los documentales de la 2? ¿Los concursos donde se hace millonarios? ¿Los programas de chismorreos? ¿Los telediarios? ¿Alguna ópera que se cuela en la programación? ¿Las series? ¿Los anuncios? ¿El “Vaya semanita”? ¿Todo? ¿Nada? ¿Se da cuenta de la estupidez que comete dándole tantas dosis de anti-imaginación a su cerebro? Y lo que es peor, ¿sabe usted lo mucho que deja de hacer por estar viendo la tele?
No vale irse a un chat. Eso está de moda entre quienes acaban aburridos de ver la caja tonta y prefieren aburrirse buscando “conversaciones interesantes”, que es la excusa que siempre se pone (a la postre internet acabará siendo la primera fuente de aburrimiento ocioso, pero por ahora es la segunda). Vale dormir: descongestiona el sistema nervioso y sienta de maravilla. No vale darle al palique: sea chismoso, pero en su justa medida, que cuatro horas y media de charleta es como para mandar a freír espárragos a cualquiera. Vale cocinar e inventar recetas como Arzak. Vale todo, aunque yo le recomendaría la lectura, el estudio, tocar un instrumento, irse de chatos (¡eso sí es buen chateo!) o hablar con un vecino. Y luego, si le sobra tiempo, encienda la tele, que para algo la compró.
Cuatro horas y media frente a la televisión…¡Con lo antipática que es! ¿Y aún habrá quien diga que ese engendro educa y ayuda a reflexionar? De traca, oiga. A lo mejor un día desde la propia tele enseñan a apretar el botón de apagado. Eso sí que sería un milagro y no lo de alcanzar el objetivo de déficit