Es lo que se tarda en volar a El Cairo. Con media hora
más, sería el tiempo que dispuso Carmen Sotillo para sincerarse ante su difunto
marido. Con media hora menos, el escalofriante periplo de Jean Genet por la
masacre de palestinos del 82. Pero no me estoy refiriendo a viajes, obras de
literatura o capítulos horrendos de la crueldad humana. Esas cuatro horas y
media dicen que son las que pasa usted, en promedio, viendo la tele cada día.
Yo no las paso. Y lo digo todo corajudo. Hace años que no
veo un solo minuto de televisión, y así va a seguir siendo. Conozco a alguien
que se sienta nueve horas frente a la pantalla: entre él y yo tenemos la
estadística. Cuente usted, lector, las suyas y busque su contrapunto: alguien
tiene que ser. Es la ventaja de hacer promedios con millones de habitantes:
siempre hay un roto para un descosido. ¿Lo encontró? Ya tenemos mesa para mus.
Ahora, lector, responda a estas preguntas: ¿qué le causa
tanta afición? ¿Los documentales de la 2? ¿Los concursos donde se hace
millonarios? ¿Los programas de chismorreos? ¿Los telediarios? ¿Alguna ópera que
se cuela en la programación? ¿Las series? ¿Los anuncios? ¿El “Vaya semanita”?
¿Todo? ¿Nada? ¿Se da cuenta de la estupidez que comete dándole tantas dosis de
anti-imaginación a su cerebro? Y lo que es peor, ¿sabe usted lo mucho que deja
de hacer por estar viendo la tele?
No vale irse a un chat. Eso está de moda entre quienes
acaban aburridos de ver la caja tonta y prefieren aburrirse buscando
“conversaciones interesantes”, que es la excusa que siempre se pone (a la
postre internet acabará siendo la primera fuente de aburrimiento ocioso, pero
por ahora es la segunda). Vale dormir: descongestiona el sistema nervioso y
sienta de maravilla. No vale darle al palique: sea chismoso, pero en su justa
medida, que cuatro horas y media de charleta es como para mandar a freír
espárragos a cualquiera. Vale cocinar e inventar recetas como Arzak. Vale todo,
aunque yo le recomendaría la lectura, el estudio, tocar un instrumento, irse de
chatos (¡eso sí es buen chateo!) o hablar con un vecino. Y luego, si le sobra
tiempo, encienda la tele, que para algo la compró.
Cuatro horas y media frente a la televisión…¡Con lo
antipática que es! ¿Y aún habrá quien diga que ese engendro educa y ayuda a
reflexionar? De traca, oiga. A lo mejor un día desde la propia tele enseñan a
apretar el botón de apagado. Eso sí que sería un milagro y no lo de alcanzar el
objetivo de déficit