viernes, 9 de marzo de 2012

El spam nuestro de cada día

Como a todo buen hijo de vecino, me llega diariamente al buzón de correo electrónico una enorme cantidad de spam. También me llega al otro, al de toda la vida, el del obsoleto carta y sobre y timbre, y tiene forma de propaganda de comida china para el imán de la nevera, reparaciones baratas, almacenes con descuentos y toda suerte de papelajos que acostumbro a despachurrar con mecánica soltura. De ese ya no me quejo, porque lo de mi spam electrónico es más oneroso: tiene dos vertientes y una de ellas es muy sangrante. Por una parte están los sórdidos correos masivos con ofertas de viagra, inversiones que te hacen rico, el empleo de tu vida, chorbas que dicen hola en cinco idiomas y hasta chapistas que pueden arreglarte la azotea (que de todo llega). Y por la otra (y este es el spam que más duele, el otro es inocuo a la par que inane) están los correítos que remiten los contactos conocidos (o casi conocidos) con chistes repetitivos, vídeos desgastados, artículos del Pérez Reverte, solidaridad con niños enfermos de cosas monstruosas que van a morir de inmediato si no te adhieres, cadenas de la buena suerte que depararán mil tormentos cuando las borres sin hacer el menor caso, y los típicos manifiestos o panfletos políticos (a izquierda y derecha) incitando a la indignación cuando no a dejar a los prebostes sin sueldo ni pensiones vitalicias (o sea, lo que yo digo muchas veces en esta columna).
La de veces que advierto a mis contactos de que se abstengan de enviarme basura, porque corren el peligro de ser etiquetados como “spam” (y lo hago con una diligencia encomiable, se lo aseguro) pues desde ese momento todos sus emails irán a parar a la carpeta del correo indeseable. Pues, oiga, como quien oye llover. Las tres cuartas partes de la humanidad que me envía cosas conforman, todos juntos, una máquina muy eficiente de generar spam. Si pregunto la razón de esta obsesión por la tecla de reenvío, encuentro que el personal se siente tan divertido con un chiste o tan absorto con una cuestión panfletaria que no puede sino hacer copartícipes a todos los demás, cuantos más mejor, aunque no sepan muy bien de qué pie cojea el prójimo.
El spam es muy fácil, basta un click y listos. Lo difícil es escribir un “Javier, esto me ha llegado: seguro que te gusta leerlo”. A veces algo tan sencillo como convertir lo frío en cálido parece una misión poco menos que imposible en este mundo que ha encontrado en ser pasivo su razón de ser…