Como a todo buen hijo de vecino, me llega diariamente al
buzón de correo electrónico una enorme cantidad de spam. También me llega al
otro, al de toda la vida, el del obsoleto carta y sobre y timbre, y tiene forma
de propaganda de comida china para el imán de la nevera, reparaciones baratas,
almacenes con descuentos y toda suerte de papelajos que acostumbro a
despachurrar con mecánica soltura. De ese ya no me quejo, porque lo de mi spam
electrónico es más oneroso: tiene dos vertientes y una de ellas es muy
sangrante. Por una parte están los sórdidos correos masivos con ofertas de
viagra, inversiones que te hacen rico, el empleo de tu vida, chorbas que dicen
hola en cinco idiomas y hasta chapistas que pueden arreglarte la azotea (que de
todo llega). Y por la otra (y este es el spam que más duele, el otro es inocuo
a la par que inane) están los correítos que remiten los contactos conocidos (o
casi conocidos) con chistes repetitivos, vídeos desgastados, artículos del
Pérez Reverte, solidaridad con niños enfermos de cosas monstruosas que van a
morir de inmediato si no te adhieres, cadenas de la buena suerte que depararán
mil tormentos cuando las borres sin hacer el menor caso, y los típicos
manifiestos o panfletos políticos (a izquierda y derecha) incitando a la
indignación cuando no a dejar a los prebostes sin sueldo ni pensiones
vitalicias (o sea, lo que yo digo muchas veces en esta columna).
La de veces que advierto a mis contactos de que se
abstengan de enviarme basura, porque corren el peligro de ser etiquetados como
“spam” (y lo hago con una diligencia encomiable, se lo aseguro) pues desde ese
momento todos sus emails irán a parar a la carpeta del correo indeseable. Pues,
oiga, como quien oye llover. Las tres cuartas partes de la humanidad que me
envía cosas conforman, todos juntos, una máquina muy eficiente de generar spam.
Si pregunto la razón de esta obsesión por la tecla de reenvío, encuentro que el
personal se siente tan divertido con un chiste o tan absorto con una cuestión panfletaria
que no puede sino hacer copartícipes a todos los demás, cuantos más mejor,
aunque no sepan muy bien de qué pie cojea el prójimo.
El spam es muy fácil, basta un click y listos. Lo difícil
es escribir un “Javier, esto me ha llegado: seguro que te gusta leerlo”. A
veces algo tan sencillo como convertir lo frío en cálido parece una misión poco
menos que imposible en este mundo que ha encontrado en ser pasivo su razón de
ser…