Vaya por delante, que de entre los escritores españoles
contemporáneos, los más famosos (no sé si los más leídos) me gustan poco o
nada. Les leo, pero en raras ocasiones me admiran sus obras. Casi siempre me
decepcionan. Les tengo por sedicentes. Venden mucho, es lo que parece. Son
mediáticos, sí. Están entronizados, también. Copan los primeros y fundamentales
puestos de esos emporios, las editoriales, cuyas premisas en absoluto se
orientan a la reivindicación cultural. Son piezas clave del engranaje
empresarial, cuyo único sustento evidente es el de ganar dinero, mucho dinero.
Hace pocas semanas, una escritora alzó la voz contra las
descargas ilegales de sus libros. Harta, manifestó que abandonaba la escritura.
Era mentira: necesitaba publicidad para un nuevo libro suyo, calentito de
imprenta. Pero acopió la atención mediática, logró que sobre ella se
escribieran muchos artículos en los diarios. No importa que en los foros se
recordara su afición desmedida al plagio, que se criticase sus obras o a ella
misma por tan vergonzosa campaña de mercadotenica. El objetivo, en un caso u
otro, se cumplió. Que yo sepa, la editorial que publica sus libros no abrió
demasiado la boca…
Esta imagen, la de escritores indignados y emberrinchados
contra quienes les leen sin pagar, se repite cada cierto tiempo. Lo curioso es
que con ello no se defienden a sí mismos, defienden a sus dueños. Yo tengo
varios libros escritos. Me gusta escribir. Mis libros no se venden, se pueden
descargar gratis de la red (basta con buscarlos). Pero si viviese de ello (mis
únicos ingresos son los del trabajo por el cual vivo como asalariado) estaría
encantado de que me pirateasen mucho. No pensaría “cuánto dinero dejo de
ganar”, sino “cuántos lectores tengo”. Y me aseguraría de que el destino de las
pocas o muchas ventas legales que hiciese, fuesen a mi exclusivo beneficio.
El problema de dinero de los escritores no tiene su
origen en la piratería, sino en el tipo de emolumentos que reciben de las
editoriales. Cualquier escritor famoso podría fácilmente vender por sí mismo
sus obras al público: ¿por qué no lo hacen, liberándose así de la enormidad de
márgenes cuyo destino es el mastodonte editorial del que penden, esclavizados?
¿Acaso no son famosos, entronizados, súper ventas? Este mundo viejo de los
libros está muriendo. Y lo notable es que el nuevo, el que se impone por muchas
megauploads que se cierren, continuamente aclara cómo van a ser las cosas…