viernes, 3 de febrero de 2012

Caduca educación

Detestable e inveterada costumbre es ésta de los gobiernos al querer modificar el modelo educativo cada vez que acceden al poder. Uno tras otro, con rigurosa exactitud, todos tratan de convertir lo perenne en pura caducidad. El problema es que no solamente lo intentan, sino que lo consiguen. Como bien revelan los sucesivos informes PISA, tenemos en España la educación que nos merecemos a tenor de los recursos destinados: cambiante, desarrollada a bandazos, insatisfactoria y con mucha mediocridad ideológica embutida dentro.
Por mediocridad ideológica me refiero a la renuncia al conocimiento que tan evidentemente impera en nuestras escuelas. Los pedagogos y educadores llevan veinte años insistiendo en la necesidad de aprender jugando, y a nadie se le ocurre ahora pensar que jugando se aprende más bien poco: en cuanto los conocimientos alcanzan un nivel de exigencia tal que empiezan a contemplarse como aburridos, se abandonan. Y por mediocridad ideológica me refiero también a la laxitud con que se ha permitido que la labor del profesor se haya visto despreciada paulatinamente por padres y alumnos, sin que nadie haya intentado siquiera ponerle remedio.
La responsabilidad hacia nuestros hijos merece que estemos atentos a lo que sucede en clase, no a justificar que nuestros hijos adolezcan de indolencia o agresividad y mucho menos verter en profesores y educadores la frustración que produce comprobar que no hemos llegado a ser nada de lo que pretendíamos. Cuántas veces sospecho que si los adultos no deseamos exigencia y calidad para la educación de nuestros hijos es porque nosotros mismos la rechazábamos o no lográbamos dar la talla en la escuela, y en el fondo deseamos que nuestros retoños sigan esta misma senda de mediocridad común y lasa.
Soy muy crítico con la educación: me horrorizan tanto las faltas de ortografía (cada vez se ven más) como la defensa a ultranza de la enseñanza poco exigente. Esta actitud crítica no la mantengo por gratuidad: creo que el actual sistema educativo produce ignorantes funcionales, seres que hacen pivotar su existencia en valores tan poco edificantes como el aburguesamiento, el hedonismo, la continua avenencia intelectual, la simplicidad como forma de vida, la tele (mucha) o el chat (mucho), los cero libros leídos (pero docenas en los estantes), la pasión por el dinero, la indulgencia con la incultura… En suma, la escandalosa levedad que ofrece una educación caduca que no enseña gran cosa.