Me escribe una lectora de ideología de izquierdas
reprochándome tibieza en las opiniones que he mostrado aquí, en esta columna,
desde que gobierna el señor del puro. “¡Pero si aún no ha pasado ni un mes!”,
protesto, olvidando que no ejerzo en puridad el comentario político, sino la
cavilación social de lo político y no político. “Ya es incluso tarde”, replica,
“estos quieren rematarnos a los de siempre”. Entonces es cuando sospecho que
algo de razón tiene mi interlocutora izquierdosa, pero este juicio es algo que
no puedo demostrar porque, en efecto, hace sólo un mes que gobierna quien ocupa
hoy la Moncloa.
Tenemos prisa por salir de la crisis. Queremos ver ya los
resultados de las medidas, incluso de las que aún no se han aprobado, pero se
aprobarán. Estamos ansiosos por ver menguar las listas del paro. Y no solamente
eso: quienes han votado a los que mandan (y yo no he sido), necesitan ver ahora
mismo que ha regresado la sinceridad y la claridad y la efectividad y la
sensatez al gobierno de todos. Pero mucho me temo que las prisas, las
ansiedades y las necesidades van a tener
que esperar no sé cuánto tiempo aún.
Los años de ZP han sido tan desastrosamente perniciosos
(véalo o no mi lectora iracunda, que no lo verá) que parece de lógica imbatible
tratar de encauzar nuevamente las cosas por la senda del buen gobierno, pues en
ello nos va no el prestigio y el futuro, como todo el mundo sabe. Pero, al
margen de la seriedad y capacidad del gobierno, que las tiene, no como en años
pasados, no podemos pedir más alegrías. Las nuevas caras, en lo político,
adolecen de similares pecados: la mentira, la confusión, la improvisación, el
mito…
Aparte de considerar como defecto la ciega fe que todo
gobernante de hoy en día pone en las monjiles y adustas exigencias de doña
Merkel, tan rigurosas y severas que nos van a llevar derechitos a una recesión
aún más honda, también lo son las bravatas con que estos mandamases vienen
despachándose cuando se colocan ante un micro; ellos no mienten (no, nunca,
claro, habrase visto), ellos son claros (pues menos mal: lo de llamar impuesto
solidario a aumentar el IRPF es pura retórica burlesca), ellos tienen sentido
común (las críticas de los otros son, por tanto, insensatas), ellos defienden
al ciudadano (sobre todo al que exprimen), ellos buscan la recuperación
económica (pero no dicen cómo)…
Querida lectora: ¿le basta así, para empezar? Créame, con
estos tampoco pienso cortarme un pelo.