viernes, 6 de enero de 2012

A/A SS.MM. los Reyes de Oriente

Sus Majestades: bien tarde les escribo. Lo sé. Seguramente se encuentren ya de regreso a sus tierras, donde podrán descansar del trajín de estos días y ocuparse de asuntos más ordinarios. Saben SS.MM. que les tengo en grande aprecio desde niño, y que mi afecto jamás se ha desvanecido pese al invariable suceder de los años. Curiosamente mi estima tiene su poquito de pena, porque SS.MM. nos regalan cada año el final de la Navidad. Ya saben Vds. que son unas fechas que a mí me gustan especialmente: los buenos deseos, la alegría de los cánticos, o las reuniones con la familia y los amigos, me parecen gloria pura. Cada vez entiendo menos a los malhumorados que se abrazan aliviados cuando Vds. se van, pero allá ellos: esa petulancia del desprecio hacia lo navideño sólo refleja vagarosidad, poco más.
Ahora que Vds. ya han atendido dulcísimamente a los niños (y a los menos niños también), permítanme escribirles en cuatro líneas sobre asuntos más agrios en los que deseo su inestimable ayuda. Si lo hago, es por la convicción que mantengo, contra viento y marea, de que esta armoniosa felicidad obsequiada hoy por SS.MM. puede volverse profusa confusión de ruidos antes de que acabe 2012. De ahí que me arrogue el derecho a pedirles parabienes en esta tardía carta de los deseos. Son los siguientes.
El oro: motivos de ilusión y confianza. Siquiera uno. Porque gana, la tenemos. Pero nos falta amasar algo concreto con ella. Sin concreciones, incluso las palabras más fervorosas se enfrían más pronto que tarde. Y frío ya tenemos. Hace mucho frío en el rigor de esta crisis.
El incienso: respetabilidad. Por ahí fuera tienen una imagen desastrosa de nosotros, los españoles. Es la imagen que han transmitido, inconscientemente, nuestros políticos cuando, conscientemente, se dedicaban a destruir nuestro futuro con sus infaustos sueños de grandeza. Pero somos un pueblo respetable, esforzado y valiente, por mucho que hayan intentado convertirnos en apacibles borreguillos.
La mirra: buen juicio, sensatez. No podemos permitir que regrese la locura de los dineros a nuestro bien común. Aquí sobran muchas cosas que nadie quiere quitar. Y faltan otras que nadie quiere poner. Pero entre lo uno y lo otro, estoy convencido de que podremos encontrar un juicioso punto medio en el que vivir todos holgadamente.
Tráigannos SS.MM. estos humildes presentes, y háganlo cuando mejor gusten a lo largo de este 2012. Todos habremos de agradecérselo mucho. Créanme.