viernes, 23 de diciembre de 2011

La Navidad que no es

En el colegio de mi hijo, como en todos los colegios, celebran la Navidad con obras de teatro, villancicos y disfraces. A los padres, claro está, nos encanta ver a nuestros retoños disfrazados de ángeles, pastores, virgenmarías o sanjosés (el mío se apuntó voluntario a ser el carpintero que cuida de su mujer encinta y lo hizo muy bien: qué caray, soy su padre, ¿qué iba a decir si no?). Esa Navidad, tan religiosamente representada por y para los niños, que nada tiene que ver con un nacimiento en Belén, ni en geografía, ni en climatología, ni siquiera en su data (yo jamás he visto pastor alguno guardando los rebaños a la intemperie en pleno invierno), en lo referente a la tradición funciona fenomenal. 

Dicen los cristianos que a la Navidad le sucede lo que a la civilización occidental: que ha perdido el alma. Pero la realidad es otra: aun sin esencia cristiana, las fiestas están vigentes, como las vacaciones de verano, los cumpleaños o el 1 de mayo. Si de repente los ángeles del cielo dejasen de anunciar la venida del Mesías, la gente seguiría celebrando igualmente la Navidad. De la misma manera o muy parecida. Hay quienes olvidan, o no saben, que fue Julio I, obispo de Roma, en el año 354, quien con suma astucia ordenó que Cristo naciera cada 25 de diciembre, fecha en la que se festejaba a Tammus en Babilonia o se conmemoraba el cumpleaños de Mithra en Persia. 

Como los persas o los babilónicos, entre otros, nosotros también hemos construido una fiesta pagana: con escaparates y Santa Claus, con villancicos, gordo de lotería, cabalgatas y puestos de beneficencia que soportamos con estoicidad. Pura fiesta con algo de tinte “niñojesús” (sin que se note mucho). Resulta curioso que quienes más rechazo muestran por la Navidad lo hagan porque menos religiosamente la viven. ¿Cuál sería su solución? ¿Erradicarla del todo? ¿Hacerla plenamente religiosa? 

Es cierto que esta Navidad de las lucecitas, los turrones y regalos no tiene mucho que ver con la realidad que debió ser (si hubo alguna) y que viene impuesta por los comercios y la televisión. Cada vez más gente piensa que se trata de una obligada celebración social, repleta de comilonas y regalos, y por tanto es lógico que acabe causando rechazo, incluso en quienes más se involucran con ella. El paganismo es lo que tiene: todo lo convierte en exceso. Pero hay que ser coherentes.

Yo a ustedes, como cada año, les deseo unas felices fiestas. Y no cometan muchos excesos, que ya vamos teniendo una edad…