viernes, 16 de diciembre de 2011

Amargura moral

Inquietante lo que una lectora me escribe por email: “El mundo se hunde... y fíjate quiénes son los dueños de los salvavidas. Si pudiera bajarme, aunque fuera en marcha, me bajaría”. Inquietante lo que hace un par de días me dijo un colega tomando café: “Nos echaban broncas por dejar propinas de un euro, y ya ves: los que nos abroncaban no han hecho otra cosa que gastar miles de millones de euros como si fueran pesetas. Nos han arruinado a todos de por vida”. Y mucho más inquietante lo que contaba una estadística ayer mismo: “Hay unos 12 millones de españoles, el 26% de la población, que viven en la actualidad con ingresos inferiores a los 500 euros mensuales o incluso por debajo de los 300 euros mensuales”. Inquietante es que todo esto provenga de la misma esquina hedionda.

Como inquietante es advertir que aparentemente esa esquina no exista. Como en España, recién inaugurada en lo político, donde se dicen cosas tan pintorescas como que un vocinglero del “no nos representan” se vista súbitamente de parlamentario, o tan lamentables como que un yerno del Rey deambule todos los días por los periódicos porque se ha forrado con el dinero de los impuestos. Nadie habla de otra cosa. O como en Europa, donde mandan mucho una señora germana y un danzarín francés que no han visto dificultad en imponernos a todos sus intereses nacionales, de tan míseros y rotos como nos han visto. Nadie habla de otra cosa. O como en esa cosa tan insustancial como es el fútbol, que aburre porque siempre gana el Barça. Nadie habla de otra cosa. Y sin embargo, hay tanto de lo que hablar…

Mucho de lo que hablar, pocas ganas para hacerlo. Gusta más enfrentarse a los problemas sabiendo qué hacer para resolverlos, no cabe duda. Pero somos un primer mundo capaz de reunir 26 veces a unos líderes para nada, para no encontrar ni una sola solución, y que mientras ellos pierden el tiempo en Bruselas miserablemente, el conjunto de la sociedad avanza hacia un paro desorbitado y unas bolsas inmensas de pobreza contra las que nada parece poder hacerse porque no hay recursos para ello. Al final uno acaba pensando que esto no es ya una crisis: es la situación que tocará vivir de ahora en adelante. Por eso no decimos nada de los dramas humanos del paro y la pobreza. Porque intuimos que, pese a lo que nos digan, no tienen solución inmediata.

A mí, personalmente, todo esto me mantiene en una amargura moral constante. Por eso también quiero bajarme del mundo, así me descuerne.