viernes, 9 de diciembre de 2011

Cruzando el puente

Al igual que sucede con el cambio de hora, que concita una muy larga lista de invectivas sobre su conveniencia, esta semana tan festiva de diciembre también reúne su buen caudal de críticas y opiniones. Se habla sobre todo de productividad, del coste excesivo que supone disfrutar de dos días de fiesta que, por estar tan juntitos, resulta escandaloso no unirlos con trazo grueso y rectilíneo. Con crisis o sin ella, año tras año, los españolitos nos escapamos de vacaciones un par de semanas antes de las navidades por lo bien que sienta estar largamente holgazaneando dos veces en el mismo mes. Que, para más inri, es el último.

Pensaba dedicar esta columna de hoy a pergeñar una diatriba ciertamente airada sobre la repugnancia moral que me produce pensar en la parálisis de casi todo un país a consecuencia de las fiestas en honor de un documento magno que nadie ha leído y una fiesta religiosa en cuya celebración casi nadie cree. Y ya tenía planteados mis mejores argumentos, y enarbolada la ironía más cáustica y corrosiva, cuando de repente me he dicho. “¡Coño, Javier! Pero, ¿es que tú no haces puente todos los años o qué?”. Pues eso. Que sí. Bonita manera de concluir una columna antes incluso de escribirla.

Pero no pasa nada: donde dije diatriba digo panegírico, donde hablaba de parálisis pongo descanso, y donde puse repugnancia moral ahora escribo complacencia graciosa. Asunto acabado. Eso es ductilidad, amigo lector, y lo demás zarandajas de vía estrecha. Ya sé que las opiniones sarcásticas y críticas son más simpáticas de leer, que algunas incluso concitan polémicas del todo esperpénticas, pero a veces hemos de renunciar a la simpatía en aras de no ser hipócritas.

Yo no decidí que los días 6 y 8 de diciembre fuesen festivos e inamovibles. Confieso que soy yo quien no se ha leído entera nuestra Carta Magna, como tampoco el Código Penal, y por tanto esta celebración me suena tan a barrunto de políticos como que las esculturas urbanas en honor a la Constitución me parecen todas horrorosas e indiscernibles. Y lo de la Inmaculada… lo entiendo mejor aunque no tenga ni convicción ni apostura para dogmas o velitas. En fin, a lo que iba. Que mientras no cambien las cosas pienso cruzar este puente cada año, como siempre con mi hijo en el pueblo salmantino del que tantas veces les hablo. 

Ya alcanzarán los ajustes también a estas fiestas. Pero mientras llegan, lo que no haré será trabajar cuando no toca. Aunque eso sí, un diíta de más sí que me he cogido y hacer acueducto, no puente.