viernes, 3 de junio de 2011

Pepinos alemanes

El miércoles volé con Iberia hacia Asturias desde Madrid. En la portada de esa revista aérea con que te obsequian, tan prescindible que sólo aparecen lujos y esplendores, me topé con cuatro prestigiosos cocineros que, según parece, confeccionan los menús de quienes mucho pagan por un asiento (a los demás pronto nos colocarán de pie o apoyados en una barra: hacinados nos llevan; ya es delito que donde más incómodamente se viaje hoy en día sea en avión). No leí sino los grandes recuadros de las entrevistas a los chefs, deseoso como estaba de avanzar con mi lectura habitual: todos ellos alababan los productos españoles, su calidad, frescura, su buen nivel, su acertada combinación para explosionar en la boca… Y entonces me acordé de los pepinos y de los alemanes.

A mí no me consuela que haya bocazas en Alemania. Bocazas hay en todas partes y, por lo visto, el misterio de las “pajines” se reproduce incluso en países de seria compostura como aquel. Pero sí me molesta, y mucho, que pasen estas cosas de echarle la culpa a los pepinos españoles de la bacteria E-coli y a nadie se le caiga la cara de vergüenza. Leo las reacciones: ¿exigir responsabilidades? Eso por descontado, aunque no se sepa muy bien en qué se traduce tal cosa ¿Dimisiones? Qué iluso soy. ¿Cooperación para arreglar el desaguisado? Ya están tardando. ¿Una cumbre, una reunión, un loquesea? Veremos qué pasa. Pero mientras llegan las claves políticas, en las otras claves, las sociales, hace ya tiempo que se enarbolaron las lanzas que traspasaron nuestro corazón agrícola.

Es el colmo, un colmo aburrido ya, que cada vez que aparece una bacteria, nueva o vieja, o un virus nuevo, o un bicho distinto, se hable de los miles o millones de posibles víctimas que van a morir. Aún estoy esperando el recuento del holocausto titulado “gripe A”. Menuda patraña, como tantas. Y en todas siempre se busca un culpable. Sin culpable no hay anuncio ni información posible. Hemos llegado a un momento de la Historia en que se puede señalar tranquilamente a cualquiera con el dedo para convertirlo en chivo expiatorio de los propios pecados. Cuando los ignorantes ejercen su dictadura mucho coraje hay que tener para decirles que se metan sus voces donde les quepa. Y más coraje se necesita para denunciar a los medios arracimados que intoxican para vender más. 

Pepinos… Menuda tiparraca la tal Cornelia Storck: así la mandasen a casa a llorar el despido fulminante por culpa de su idiotez (cosa que entra sin bacterias de por medio). Y menudo ejemplo que estamos dando en esta desgastada UE a la que cualquier crisis desborda.