viernes, 10 de junio de 2011

Calles sucias

Las calles que solamente transitan las personas parecen más limpias. Las calles concurridas por vehículos, que son prácticamente todas, son siempre calles muy sucias. Hay una suciedad que no consiste en colillas pisoteadas, ni papeles desperdigados, ni restos de botellas de plástico u otras suciedades. Recuerdo a unos jóvenes que arrojaron, sobre un seto, los bocatas que ni siquiera habían mordisqueado. Esa suciedad no es sucia: es una suciedad incívica, maleducada, pero se elimina fácilmente. Apenas perdura su rastro. Pero las improntas de los vehículos no desaparecerán jamás mientras transiten por nuestras calles.

Visto desde la lejanía, las carreteras y autopistas son un confinamiento de la suciedad automovilista, negra y ruidosa, en medio del silencio y limpieza de los campos. Por si no se han dado cuenta, es el ruido el origen de toda la suciedad. Donde hay ruido no hay pureza. El campo es limpio: allí suena el río, el viento, los pájaros y las hormigas, que nosotros no escuchamos. La carretera es un rumor extraño que quiere parecerse, sin conseguirlo, al trueno. Y es negra. Nos movemos encima de inmensas alfombras negras que almacenan, y expulsan, suciedad. En las ciudades, las alfombras se extienden de tal manera que todo lo llenan. Tras haber convertido las ciudades en tránsito de vehículos, cada pírrico metro cuadrado ganado a los coches nos parece una victoria inmensa.

En Amsterdam, desde donde les escribo, uno puede pasear por calles con personas. Cualquier rincón o plaza junto a un canal es un remanso con rumores solamente de aire, personas o ciclos (que no son como los coches, las bicicletas limpian las calles). Me ha vuelto a sorprender cómo uno de los centros urbanos más concurridos de Europa es, al mismo tiempo, uno de los más silenciosos y más limpios. Es normal. La presencia de los coches nos vuelve sucios y maleducados, sus ruidos han llegado hasta muy adentro de nuestra psique, trastornándola de tal modo que nos da lo mismo el suelo limpio que el suelo sucio: el negro del asfalto y el negro de los neumáticos nos han apartado de la imagen de calles hermosas y repletas de gente o flores solamente. En Amsterdam apenas se ven coches.

Ahora entiendo el gusto de la ciudadanía por salir a hacer senderos y patear montes o valles: buscan la limpieza del silencio, como los girasoles buscan el sol. Conscientemente o no, hay un hedor en nuestras calles que nos empuja hacia el lugar de donde una vez surgimos.