viernes, 27 de mayo de 2011

Lo primario

¡Cómo nos cuesta abandonar los proyectos que abordamos! Especialmente si llegamos a convertirlos en una segunda piel de nuestro cuerpo, cuando no en el alma que lo impulsa. Tremenda equivocación, en todo caso. Nada hay tan sano e higiénico como apartarse de lo que uno hace, por mucho que lo venga haciendo. Mala cosa es que el verbo ser y el verbo hacer confluyan. Y eso es justamente lo que ocurre en infinidad de ocasiones. 

Traigo a colación este asunto de la resistencia a abandonar lo que uno emprende por el ruido postelectoral que esta semana nos ahoga. Y que conste que no me parece nada mal que nos ahoguen los desalientos de los políticos. Acostumbrados como estamos a que nos asfixie la crisis y sus innumerables raigambres, que se han adueñado de todos nuestros despertares, esto de ver a algunos de ellos con el rostro lívido de la inmensa bofetada ciudadana, gusta. Y lo digo por mí que, como bien saben, no opté por nadie el pasado domingo. Pero da lo mismo. Ahí están, con sus declaraciones atropelladas, su inquietud desasosegadora, la frustración que todo lo destroza. ¿Aún creerán que no había motivos para tanto? 

Pero el más divertido de todos es su número uno. Sí, el señor que nos preside, el mismo. Más que a ningún otro, es a él a quien el proyecto se le ha venido abajo (en realidad, estaba muy hundido hace ya más de un año, pero no quería decírnoslo). Usted, caro lector, quizá coincida conmigo en que una cosa así, como la que se le ha venido encima tras la apertura de las urnas, sólo se resuelve dimitiendo. Las patadas en el culo tienen estas cosas, que te empujan de donde estás y te tumban en la arena. Pero los tejemanejes del poder son capaces de decir que han esquivado la patada, mientras se hace uso de toda la nación (la que le vota y la muchísima que no le vota) para proseguir como si nada. Ahora es cuando nace la política en su versión más pura: las cuadraturas del círculo, la hipocresía del qué decir para poder decir lo mismo sin evidenciar lo que estoy diciendo, el insoportable tinglado de la farsa de la colocación laboral (¿han pensado a dónde van a ir los muchos que se han quedado sin trabajo político?), el nauseabundo juego de los tiempos…

Y mientras tanto, va creciendo el paro, el mercado está poco menos que muerto, por doquier sigue sonando el “sálvese quien pueda”, y ellos… ¡qué graciosos ellos!, unos esperando su momento con la mayor de las sonrisas y otros temblando por el peor de los porvenires.