viernes, 17 de junio de 2011

Desequilibrio

Pese a que me paso el día en las nubes, literalmente, avión va y avión viene, me siento agradecido de poder pisar las calles de numerosas ciudades (españolas y europeas) en estos tiempos que corren. Escucho opiniones de muchos lugares. Este miércoles conversaba con alguien que está participando con los acampados del 15M en Gijón. Durante varios, abundantes minutos, le anduve escuchando, asintiendo de continuo con la cabeza ante las muchas y juiciosas razones que alegaba para darle la vuelta a la situación que vivimos. Se necesita un cambio, decía. No puede seguir todo como hasta ahora, continuó. De este movimiento surgirá un nuevo sistema, concluyó.

Lo del cambio no lo tenía yo muy claro, al menos el cambio que me estaban tratando de explicar. ¿Cambiar significa que a partir de este momento dejaremos de vivir de prestado? De alguna manera es lo que estamos ya haciendo y la consecuencia es nítida: tenemos al país estancado, generando paro y más paro, más y más pobreza, sin rastro de una industria que desatasque la cañería principal ni tampoco de esa innovación que iba a sacarnos del atolladero.

Lo de no seguir como hasta ahora, obvio es. Pero el nuevo camino que se me estaba exponiendo me convencía poco o nada. De eso ya hablé algún otro viernes. Y, por último, el parangonado nuevo sistema se reducía a una clase política con sueldos bajos, sin prebendas ni beneficios, honestos y honrados y perfectos, idealistas, etc. Y ahí se armó la discusión. Los motivos bien fáciles son de entender.

Es evidente que hay que promover una regeneración política y no sólo política: también social. La calle está repleta de ciudadanos que han replicado, a menor escala, las actuaciones que, en su conjunto, nos han situado en la práctica quiebra del estado. Ayuntamientos, autonomías, ministerios… sí, por supuesto, pero también empresas (bancos y cajas de ahorros, principalmente) y muchos particulares. Ha sido un mal colectivo, generalizado: una borrachera de dinero prestado del que ignorábamos su procedencia. De ahí que la reforma de la sociedad deba ser profunda, completa, íntegra, y liderada (bien liderada) por políticos audaces, intensos, como los de antes (decida usted cuándo fue eso).

En fin. Vivimos tiempos de equilibrios difíciles. Somos funámbulos sobre un alambre tendido encima de un precipicio del que no se sabe dónde está situado su fondo. Pero allá abajo hace mucho, mucho frío. Por eso conviene llegar, como sea, al otro extremo.