viernes, 24 de junio de 2011

Dos flechas

Dos flechas. Una hacia la izquierda. Otra hacia la derecha. En España, cuando los políticos desbarran para que les escuche la ciudadanía, todo se reduce a eso: ser de izquierdas o derechas. Punto final. Unos, los progresistas. Otros, los liberales. Las políticas sociales, culturales, frente a las políticas capitalistas, mercantiles. Y todos, absolutamente todos ellos, centrados. In medio, virtus.  Aquí, en Euskadi, la cosa es más complicada. Hay izquierda y hay derecha. Y también flechas apuntando hacia arriba y hacia abajo. Son flechas oblicuas. Que cada lector interprete su sentido: en el fondo, la política no es otra cosa que una enorme rosa de los vientos.

Al ciudadano lo que le importa no es el sentido u orientación de las flechas que van sesgando el curso de la vida. Lo que realmente le preocupa es que la flecha hacia adelante (la del futuro) sea más grande que la flecha hacia atrás (la del pasado). Estos tiempos de crisis se caracterizan por tener una flecha hacia adelante muy corta (poca perspectiva de futuro) y una flecha hacia atrás muy larga (enorme dependencia del pasado). 

Yo tengo la sensación de que la flecha del futuro ha desaparecido casi por completo. Por eso no hacemos sino mirar atrás. Los políticos, los artífices de la polaridad social, se echan los trastos unos a otros desde su izquierda y su derecha. Culparse es algo que hacen muy bien, mucho mejor que buscar soluciones. Pero al ciudadano esa reyerta no le supone nada: con ello no se paga la hipoteca. Además, tanto a nosotros, los ciudadanos, como a ellos, los políticos, nos sentaba de cine una flecha gruesa en el pasado, aunque con ello flaqueara el futuro. De este modo, la rosa de los vientos pasó a tener una cola enorme, y un frente raquítico: bien se diría que tiene forma de cometa, salvo en el hecho de que no avanza, está detenido en el firmamento, y mientras no arranque no podremos sentirnos felices nuevamente. Curiosa contradicción la nuestra: tanto como nos gusta hablar del futuro y qué fácil ha sido hacerlo enfermar sin que nadie moviese un dedo por evitarlo.

Recientemente se le ha pedido a una de las flechas predominantes que, por favor, ponga esto en marcha de nuevo. No tanto porque estemos convencidos de su capacidad, que no lo estamos, sino porque a veces un cambio viene bien, resulta bueno. Si es así o no, está por ver. Pero o echamos a andar pronto otra vez, o alguien vendrá a firmar la muerte definitiva de nuestro futuro.