viernes, 6 de mayo de 2011

De oro y barro

Lo de Marta Domínguez, la atleta de mi Palencia querida, no tiene ninguna gracia. Lo que le ha pasado yo sólo lo había visto en los tebeos del Mortadelo o en las películas del Inspector Clouseau. Quiero pensar que fue una paranoia la causante de que palabras suyas cotidianas (oro, pendientes, ron, regalos, limpieza) fuesen interpretadas como improntas de un código secreto con el que encubrir actuaciones delictivas (testosterona, ampollas, fármacos, dopantes o rastros de dopaje, respectivamente). Pero entonces, si todo fue debido a una alucinación transitoria, ¿por qué se puso tanto empeño en tirar de un hilo que no conducía a parte alguna, salvo al ridículo? Porque, mientras tanto, los medios de comunicación, cuya saña regocija con fruición a las masas, ya habían acabado con la pobre e inocentísima atleta. Los largos interrogatorios, las imágenes de la policía, las noticias incriminatorias… ¿A quién no le parece cabal que la policía actúe cuando la cosa está meridianamente clara? Pues no. La policía, la prensa, el consejo ése de los deportes y el propio Gobierno actuaron tramposa y cínicamente tratando de empapelar a la fondista a toda costa (y lo que es peor: sin pruebas).

Si a usted, lector, le gustan los refranes, permítame recordarle uno que tendría que pintarse con letras grandes en el muro del oprobio y la vergüenza: “Cuando el río suena, agua lleva”. Es posible que cierta prensa viva de sus titulares, el Gobierno de sus mentiras, y la policía espero que no viva de fabulaciones. Pero, ¿y nosotros? Seamos sinceros: a la gente le encantan las difamaciones, los embustes, los anónimos, vapulear al prójimo (especialmente si lo envidian o consideran superior) y menoscabar como sea el honor ajeno. Es notable cómo los más indignos son quienes primero denuncian la indignidad del otro, exista o no (que no suele). ¿Suena el río o dicen que suena? Qué más da: al final, ante la falta de persistencia de una memoria poco robusta, lo que importa es el trabajo de zapa que supone menoscabar como sea el esfuerzo y la dignidad de las personas. Si no rinde fruto ante la Historia, al menos extenderá una sospecha incierta entre las mentes menos exigentes, que son muchas. Tarde o temprano, la justicia se olvida, queda el sentir del pueblo y su sentencia final.

No hay crédito en una acusación chismosa, en un dicen que, en el se rumorea. El camino de la difamación ensucia con barro y limo mugroso a quien por él con idealismo y honradez transita. A nadie más, pese a quien pese.