viernes, 13 de mayo de 2011

Plagios

Hay un grupo en Alemania consagrado a perseguir plagiadores: esto es, a cotejar obras, unas con otras, y acusar a quien ha tejido copias flagrantes para componer la suya propia. Supongo que recuerdan el caso del ex ministro Guttenberg, acusado de plagiar tres cuartas partes de su tesis doctoral, o el más reciente (sin resolución todavía) de la vicepresidenta del parlamento europeo. En el país germano una tesis es asunto bastante serio por la respetabilidad y prestigio que confiere ser doctor, especialmente si se ejerce función pública. Y en cualquier otro lugar del mundo tendría que considerarse de forma análoga, cosa que no siempre ocurre, como por ejemplo aquí, en España, donde si proliferan los currículo del tipo “con estudios en” (por aquello de evitar decir que no se alcanzó el título) cómo no van a menudear los fusilamientos del dos de mayo.

El mundo académico está plagado de plagios. No podía ser de otra manera en un sistema endogámico y, por ende, mediocre. Pero en el exterior de sus puertas las cosas discurren de manera muy parecida. Los escritores se plagian unos a otros (en ocasiones quienes plagian, sin que se enteren, son sus negros). Los músicos, ni les cuento. Los creativos publicitarios copian sin pudor y con absoluto descaro las ideas brillantes ocurridas en el ingenio de los demás (generalmente estos son quienes no se denominan a sí mismos creativos). El mundo del cine es un plagio continuo donde, salvo excepciones, se cuentan siempre las mismas historias (las firme Reverte o Perico el de los Palotes). Y la política, por supuesto, se reserva para sí los mejores platos.

En el medievo, los copistas transcribían manuscritos antiguos que intentaban mejorar sin limitarse a copiar exactamente. Hoy en día, quienes sienten la tentación de infringir los límites de la propiedad intelectual, ni tan siquiera se limitan a mejorar lo plagiado. Unas veces reproducen tal cual, con ínfimas modificaciones. Otras invocan intertextualidad, como en su día discurrió Luis Racionero, o el carácter épico del rapsoda, Alberto de Cuenca dixit. A menudo se excusan en la abundancia de lugares comunes con los que se identifica tanto su obra como la original. Aunque es mi favorita que –en el colmo del cinismo los plagiadores se consideren a sí mismos rendidores de un sentido homenaje al autor o autores copiados.

Qué quieren que les diga. En un mundo en el que incluso Obama plagia u homenajea a Bush, todo es posible.