viernes, 3 de diciembre de 2010

Leaks

Menudo escándalo están suscitando las filtraciones. Y, la verdad, no es para tanto. A mí toda esa materia sensible me resulta de lo más aburrida. Las promueven quienes dicen estar motivados por la necesidad de evidenciar comportamientos poco éticos, defender la libertad de prensa, la transparencia de los gobiernos y no sé cuántas cosas más. Ya les advierto que no me creo ni una palabra.
Antaño se decía que los trapos sucios se lavan en casa. En la calle solamente se muestran las prendas limpias. El problema surge cuando alguien husmea en tu lavadora, porque del agua sucia nacen muchas pasiones, y el agua limpia solamente le interesa al “Hola”. Al personal lo que le gusta es la sordidez del alma humana: si fulano hizo esto o aquello, si mengano es un seductor o zutana es de las cuatro letras. La gente normal es lo que tiene, que las miserias son todas íntimas, y de intimidad todo el mundo va servido.
La sordidez de la gente que no es normal, o sea, la de quienes manejan el poder y el dinero, es mucho más pintoresca. Las cloacas están rebosantes no sólo de sexo, también de corrupción, de vilezas, de envidias, de odios inveterados. Desde Nixon sabemos fehacientemente que todo eso pasa de verdad, pero tan sólo porque no hemos leído a los historiadores clásicos, que esos ya lo contaban todo (aunque a toro pasado). Y seamos sinceros, nos agrada que el runrún del mundo llegue a nuestros oídos tamizado, limpio, casi idealizado, y hacer creer a los poderosos que tragamos las noticias tal y como nos las cuentan, porque en realidad sabemos que los detalles no los van a contar nunca y, en muchas ocasiones, nos da lo mismo. Vivimos muy felices en el mito de la caverna.
Aparte de algún titular y poco más, ¿qué supone la suciedad desvelada por Wikileaks? ¿Se va a acabar por ello con todo el desorden moral manifestado? Por supuesto que no: si ni tan siquiera la información es del todo reveladora, no aporta nada que no pudiese suponerse de este mundo infectado de guerras, negocios turbios, influencias, corruptelas, intereses, secretos, injusticias, desigualdades y dinero (mucho dinero). ¿Funcionaría este tinglado de la antigua farsa si se desvelasen todos y cada uno de los miles de informes y cartas y mensajes y conversaciones privadas de los poderosos? Lamentablemente no.
A mí lo que me extraña es que unos y otros se sonrojen e incluso se pidan explicaciones entre ellos: embajadas y fondos reservados tienen todos, ¿no? Pues eso.