Yo no sé quién es Belén
Esteban. Deben creerme, no lo sé. Se lo juro. Conozco de ella su nombre. Como
no veo la televisión, ignoro cómo es su cara (aunque tenga yo vaporosas
remembranzas de una mujer rubia y no muy guapa, de un día que comía con mis
padres y estaba la tele encendida). Eso sí, sé que aparece con cierta asiduidad
en la prensa escrita (a la que yo acudo) y muy de tarde en tarde en las ondas
de radio (las que yo escuchaba cuando no me movía por la ciudad en moto). Es en
los diarios donde me he enterado del nuevo título nobiliario que se estila por
estos pagos carpetovetónicos. “Princesa del pueblo”. El pueblo, claro está,
somos todos. Yo incluido, aunque me pese. Y me pesa, porque de ser así, a esa
señora, cuyos méritos intuyo que no han de ser muy egregios, la han proclamado
princesa mía también, o quizá se ha proclamado de esa guisa ella misma, que no
lo sé, ni me interesa mucho tampoco saberlo.
He leído por alguna
parte que en la Casa Real están que trinan. Porque eso de los príncipes y las
princesas es cosa que solamente a ellos corresponde. A mí este otro asunto
también me da lo mismo, pues me considero republicano, aunque no desee derrocar
monarquía alguna (también soy ateo y, ya lo saben, salgo en defensa del
nuncio). Pero como estamos en un país aparentemente libre, hablo de ello. Y
digo que de ser cierto el enfado regio, en palacio han confundido churras con
merinas, pues a la tal Belén la podrán denominar princesa, sí, pero simbólicamente:
a día de hoy carece y ha carecido de estirpe borbona, pero mola mazo que
alguien se atreva a llamarse “princesa del pueblo”, así, a lo Grace Kelly,
porque lo de Letizia es otra cosa, claro. Es metáfora, o símbolo, lo que sea.
Podría haberse llamado de cualquier otro modo, pero desde que existen los
cuentos y Walt Disney eso de ser princesa mola mazo. Sobre todo si eres niña.
Y digo yo, ¿a quién le
importa la tal señora? ¿A usted? Si es así, por favor, explíquemelo, que
necesito que se me explique por qué últimamente no contemplo sino sinrazones en
el mundo. A veces presiento que me asfixia esta inmensa tontería en que lo
hemos convertido todo: la política, la economía, las comunidades de vecinos,
las asociaciones de padres (y madres, que el genérico no se estila desde
Ibarretxe), incluso las vanidades televisivas. ¿Saben una cosa? Yo me vuelvo
los libros, que hablan mucho y en silencio.
No como esa prole de mediocridades vocingleras que nos aturden.