viernes, 8 de octubre de 2010

Princesa del pueblo

Yo no sé quién es Belén Esteban. Deben creerme, no lo sé. Se lo juro. Conozco de ella su nombre. Como no veo la televisión, ignoro cómo es su cara (aunque tenga yo vaporosas remembranzas de una mujer rubia y no muy guapa, de un día que comía con mis padres y estaba la tele encendida). Eso sí, sé que aparece con cierta asiduidad en la prensa escrita (a la que yo acudo) y muy de tarde en tarde en las ondas de radio (las que yo escuchaba cuando no me movía por la ciudad en moto). Es en los diarios donde me he enterado del nuevo título nobiliario que se estila por estos pagos carpetovetónicos. “Princesa del pueblo”. El pueblo, claro está, somos todos. Yo incluido, aunque me pese. Y me pesa, porque de ser así, a esa señora, cuyos méritos intuyo que no han de ser muy egregios, la han proclamado princesa mía también, o quizá se ha proclamado de esa guisa ella misma, que no lo sé, ni me interesa mucho tampoco saberlo.
He leído por alguna parte que en la Casa Real están que trinan. Porque eso de los príncipes y las princesas es cosa que solamente a ellos corresponde. A mí este otro asunto también me da lo mismo, pues me considero republicano, aunque no desee derrocar monarquía alguna (también soy ateo y, ya lo saben, salgo en defensa del nuncio). Pero como estamos en un país aparentemente libre, hablo de ello. Y digo que de ser cierto el enfado regio, en palacio han confundido churras con merinas, pues a la tal Belén la podrán denominar princesa, sí, pero simbólicamente: a día de hoy carece y ha carecido de estirpe borbona, pero mola mazo que alguien se atreva a llamarse “princesa del pueblo”, así, a lo Grace Kelly, porque lo de Letizia es otra cosa, claro. Es metáfora, o símbolo, lo que sea. Podría haberse llamado de cualquier otro modo, pero desde que existen los cuentos y Walt Disney eso de ser princesa mola mazo. Sobre todo si eres niña.
Y digo yo, ¿a quién le importa la tal señora? ¿A usted? Si es así, por favor, explíquemelo, que necesito que se me explique por qué últimamente no contemplo sino sinrazones en el mundo. A veces presiento que me asfixia esta inmensa tontería en que lo hemos convertido todo: la política, la economía, las comunidades de vecinos, las asociaciones de padres (y madres, que el genérico no se estila desde Ibarretxe), incluso las vanidades televisivas. ¿Saben una cosa? Yo me vuelvo los libros, que hablan mucho y en silencio.  No como esa prole de mediocridades vocingleras que nos aturden.