Somos el Viejo Continente, pero también el continente más
viejo de todos, el de menos futuro. Visto desde un mapamundi, Europa no volverá
a ocupar el centro. El centro corresponde a los ricos y poderosos. Y esos ya no
somos nosotros. La riqueza huye de nuestras manos hacia otras manos, manos
amarillas, manos asiáticas, manos africanas, esas manos a las que
despreciábamos y ninguneábamos no hace mucho tiempo.
Los llamamos emergentes, porque los tenemos que llamar de algún
modo. Los llamábamos pobres, pero están convirtiéndose en los ricos del mundo.
Les llamábamos de todas las maneras posibles, porque recelábamos de ellos de
todas las maneras, incluso cuando les abríamos las fronteras en aras de la
confraternización multicultural, la mezcolanza racial o la idiotez ésa de las
civilizaciones en alianza. Pero eran chinos, eran moros, eran negros, casi
siempre de mierda. Y mientras cruzábamos las aceras occidentales por no
encontrarnos de frente con ellos, ellos (pero esta vez lejos, en sus tierras)
iban ocupándose de ahorrar para prestarnos más tarde el dinero que nosotros
nunca tenemos por suficiente.
Desde grutas y cuevas nos han bombardeado y amedrentado.
Pero, primero, se instruyeron en nuestras universidades, porque deseaban crear
las suyas propias. Y mientras nos emborrachábamos de gloria y de poder,
olvidamos cosas tan elementales como tener hijos, como estudiar más, como
trabajar más duro. Estamos solos y solos moriremos. No solamente somos el continente
más viejo, también somos el continente de los viejos solitarios.
Nadie advierte cómo se viene desarticulando, lenta y
pacientemente, el sueño de las clases medias. Fascinados con los coches
carísimos, los pisos adquiridos a precios disparatados, las vacaciones de
crucero, y las copas todos los fines de semana, vamos caminando ciegos por una
parte de la Historia que nos va a hacer perder no solamente nuestros sueños,
también la dicha. Todo lo más, nos consolaremos con ver cómo ese gilipollas de
director general, que con un sueldazo de escándalo se empeña en contratar cada
vez más barato, acabará también mordiendo el polvo. Pero triste consuelo es: mucho
antes lo habremos mordido todos nosotros.
Qué pena de Europa unida. Qué enorme contrariedad esta
crisis que ha venido a sepultar a los pueblos viejos del más viejo continente,
ante la incapacidad de sus gobernantes y los afilados colmillos de quienes aún son
dibujados en las orillas de los mapas del mundo…