A mis lectores más fieles no les ha de extrañar que dude de
la existencia del Jesús cuya muerte y resurrección se celebra estos días. Ya
hace dos años se armó algún revuelo por sostener yo, en DV, que en los
evangelios se reinventa la historicidad de un mito antiguo, actualizándolo al
contexto judaico de hace dos mil años. Por supuesto, mantengo esta convicción,
que el tal Jesucristo de las Sagradas Escrituras no existió, y que los valores
cristianos que se han venido divulgando por todo el orbe en estos dos mil años,
provienen de la prédica de San Pablo, quien jamás vio a Jesús ni supo de él
sino indirectamente.
Todo esto no evidencia ninguna falsedad acerca de la
religión cristiana. Como las personas, ésta evoluciona una vez alzada del
trasfondo donde nacen sus mitos y dogmas. Además, si consideramos que el apostolado
de Pablo en la clase media romana, que ha perdurado hasta nuestros días (no así
el judaico), transmitió valores anteriores a la propia fundación del
cristianismo, sólo cabe colegir que esta religión acertó aunando el discurso
del amor a una mitología de poderosa imprimación en la frágil y voluble mente
humana. Yo así lo pienso: si me abstraigo del Vaticano, las procesiones y lo que
no importa tanto, lo que queda me parece muy necesario para nuestros días. El
cristianismo (aunque no sólo el cristianismo, evidentemente) habla de
cuestiones importantes para el ser humano. Y como siempre, hacemos caso omiso
de ello, tanto si se cree en Dios como si no.
Es muy posible que, dos milenios después, necesitemos de un
mito que rompa esta espiral de decadencia que nos asola desde todas las
esquinas. La sociedad, mutatis mutandis, abraza abiertamente una mediocridad muy
similar a la que en su momento corrompió a los judíos. Por eso cientos de
políticos, famosos, novelistas, actores, cantantes… se erigen como mesías: todos
vienen a luchar contra el invasor, que no es sino esta economía fantasmagórica
y especuladora que nos tiene esclavizados a todos. Surgen miles de voces a cada
paso, sí, pero ninguna es lo suficientemente poderosa. Quizá estemos
necesitados no ya de un Jesús, sino también de un Judas que le traicione con
estudiada delación (según Saramago). En Judas se representan los males que nos
asolan, que sólo actúan en propio provecho.
Simpático personaje éste de la Semana Santa, que murió
ahorcado (según Mateo) o reventado en el campo (según Hechos), pues en esto
tampoco se ponen de acuerdo las escrituras.