Lo leí ayer mismo. La emigración ha vuelto. Los últimos
datos del censo de españoles que viven en el extranjero refleja que en estos
últimos dos años, más de ciento veinte mil españoles han marchado al extranjero
a trabajar. En total, de acuerdo a las oficinas consulares en el exterior, más
de un millón y cuarto de ciudadanos residen oficialmente lejos de su tierra
natal. Dicen en el Ministerio que es la cifra más alta en décadas. En 2009, por
cierto, creció el doble que en 2008.
Es interesante advertir que los modernos emigrantes
españoles no son personas afectadas por enormes necesidades vitales y
familiares. Antes al contrario, son trabajadores altamente cualificados que
buscan cumplir en el extranjero con sus expectativas laborales. Al margen de
costumbres patrias. Que en España se vive muy bien es un mito, leyenda urbana,
algo que dicen de su propio país todos los ciudadanos de las naciones
(desarrolladas) de cualquier punto del planeta. Porque, aunque fuese cierto que
en España se vive muy bien, no parece menos cierto que en España se trabaja
peor. Ahí están esos números para evidenciarlo.
Y permítanme que, en este punto, quiera tirar hacia mi
monte. Ustedes seguro que me lo perdonarán. Durante algunos años, yo fui uno de
estos emigrantes. El contexto ha cambiado mucho. En aquel momento había un 30%
menos de personas viviendo fuera de las que hay ahora. En mi caso particular no
fue una crisis económica la que me motivó a expatriarme. Tampoco la internacionalización
de empresa alguna para la que yo trabajase (estas dos razones son las más
aducidas por los responsables ministeriales). Yo lo hice porque quise, por el
bien de mi desarrollo profesional como científico, porque estaba en desacuerdo
con la endogamia universitaria. Pero me inquieta sospechar que la actual fuga
de cerebros investigadores, lejos de disminuir, se ha acrecentado con los años.
Eso también lo dicen estas estadísticas.
De todo esto colijo un par de ideas: la primera, que
nuestro querido país, tan cuestionado y cuestionable, tiene menos esplendor de
lo que vocean algunos prebostes orgullosamente. Antes se iban fuera los más
necesitados. Ahora se van fuera los mejores. La segunda consecuencia es que
seguimos necesitando de las economías realmente avanzadas. Donde se encuentran
los mejores trabajos, la cultura innovadora, el futuro y no el ladrillo. Por
eso decidimos irnos fuera. Y lo hacemos a espaldas, por cierto, de nuestros
gobernantes…