La semana pasada hablé de los emigrantes españoles, esos
cualificados trabajadores que buscan lejos de nuestras fronteras lo que no
encuentran dentro de ellas.
Me comenta una lectora: “debió usted añadir algo al
respecto de la emigración que recibe dinero de balde, que el estado reparte
entre personas que tienen derecho a recibirlo por el mero hecho
de ser extranjeros, mientras mira hacia otro lado para no ver lo canutas que
las estamos pasando muchos españoles. Yo me estoy pensando emigrar, para
averiguar si en algún otro lugar del mundo hay gobiernos tan altruistas que me
den dinero simplemente por ser extranjera y no por mi trabajo”.
En efecto, en España mucha gente lo está pasando
francamente mal. Pero el gobierno es responsable de todos, no sólo de los
nacidos en la piel de toro. Años atrás abrimos las puertas a los emigrantes
ajenos para cubrir el tirón de la construcción, y de repente, cuando llega la
crisis con su demoledor zarpazo, descubrimos que sobran trabajadores. Dice el
FMI que alcanzaremos este año el 20% de paro. Y que sólo en 2015 creceremos al
1,7% anual, muy lejos de la cifra que asegura la creación de empleo.
Personalmente creo que de ésta no nos vamos a recuperar, a menos que algún
espabilado se invente otro pelotazo, como el de los pisos. Hemos envidiado a los
constructores por ser inmensamente ricos, en lugar de habernos alarmado de ello.
El ladrillo enamoriscó a cajas y bancos, y a muchos particulares que se
creyeron los amos de la especulación. Quienes criaban corderos o barrían las
calles han permanecido en el foro de este teatro repleto de artificios que
llamamos mercado.
Le respondo a mi amable lectora: tan golosa era la tarta
que se vendía desde España, que en este atracón de bonanza nos envidiaron
quienes peor vivían, emponzoñados con la misma mentira que ahora nos está
matando. Y les dijimos que criasen nuestros corderos, que vendimiasen nuestras
uvas, que limpiasen nuestra basura… Los demás estábamos muy atareados haciendo
de ricachones. Ahora, cuando vienen mal dadas, no podemos despreocuparnos de todo
ello. Aunque es cierto que en esto hay un olor a desequilibrios enormes…
Uno a veces tiene la sensación de que todo se ha hecho
absolutamente mal en lo últimos años (¿cuántos?, ¿5?, ¿10?, ¿15?, ¿acaso 20?). Esta
borrachera de dinero en que hemos crecido, nos ha cegado de una manera atroz.
¿Cómo puede estar todo tan patas arriba? ¿Cuándo dejamos de ser sensatos y nos
volvimos lamentables?